El efecto de las telenovelas

El efecto de las telenovelas

Es un hecho fácil de comprobar, con un poco de introspección, que las telenovelas, y series de televisión, además de ser adictivas, producen un grave efecto en la capacidad de concentración. Las imágenes de la telenovela se repiten continuamente en el semiconsciente, durante todo el día, impidiendo cualquier esfuerzo serio de desarrollar pensamiento creativo propio. La capacidad de contemplación que alimenta la creatividad, apreciación poética, artística, la oración etc., queda bloqueada o disminuida. Se experimenta una necesidad urgente de regresar, a la hora fijada por las televisoras, a alimentarse nuevamente de nuevas imágenes, sensaciones, tensiones. La técnica es mantener el suspenso, crear nudos de acción que se suceden unos a otros, con soluciones, algunas veces infantiles otras con contenido humano que refleja, las más de las veces, lo peor de la naturaleza humana: crueldad, venganza, mentira, engaño, traición, lujuria, infidelidad, sospechas, porno-suave o duro, y una trama que nunca termina. El aficionado queda atrapado, junto con su subconsciente, en una telaraña de adicción pegajosa de la que cuesta separarse.

Cuanto más adictiva, más público atrapa, cuanto más público atrapa, más anunciantes la demandan y más costosos son los espacios publicitarios, más dinero ingresa. Es una verdadera industria lucrativa.

Es interesante saber que muchas personas nobles y de buenas intenciones, hasta sacerdotes, quedan atrapados (me incluyo). Abandonamos la contemplación de lo bello y lo noble, la lectura instructiva, el estudio serio, la investigación, la creatividad de pensamiento que pueda inspirar a otros a ser mejores; en el trato con los demás nos volvemos reactivos, no escuchamos, no vemos al otro, solo reaccionamos, emitimos juicios según “programa”.

Cuando llega la hora de la tele-novela, es hora  sagrada a la que sacrificamos cualquier compromiso. Le sacrificamos nuestra independencia de pensamiento, sentimiento y muchas veces, nuestro criterio. Hemos permitido que lenta y suavemente, nos desprogramen y, sin darnos cuenta,  nos den su propia programación. Nos volvemos puramente reactivos.