Espiritualidad para animadores de la JMJ (III)

Espiritualidad para animadores de la JMJ (III)

El animador es “embajador de Cristo”
La espiritualidad del buen animador, guía o formador, es la del que hace las veces de “una Iglesia en salida” al encuentro de los jóvenes y las familias, a los que será enviado como “embajador de Cristo”, para prepararlos al encuentro que desea con la humanidad en esta JMJ. Diríamos hoy “una espiritualidad en salida”.
Ahora nos preguntamos: en salida ¿de dónde? y ¿de qué? En salida de uno mismo, y esto lo hace posible el encuentro con Cristo. Nadie más. Para salir o estar en salida, primero hay que “estar dentro”, hay que saber escuchar, valorar y dejarse enseñar en casa, para que pueda dar de lo que recibió y se le encomendó. El animador está llamado a adquirir esa espiritualidad que desea vivan los jóvenes a los que busca animar, pues sabemos bien que “no hay primera sin segunda”, y “nadie puede dar lo que no tiene”.

La fuente de su espiritualidad es Cristo
El animador es persona que ha sido formado por el mismo que lo ha llamado y lo envía: Dios con nosotros. Se anima y es animador de aquello que ha experimentado y de Aquél del que se sabe encontrado. Es otro conocimiento, “diferente a sólo pensarlo y creerlo” (Sta Teresa, CP 6,3), y aman diferente, hablan diferente, se relacionan diferente de los que no han llegado a la experiencia que Dios les ha hecho vivir a ellos, de aquellos a los que anima y es enviado. Lo que al animador le debe identificar es su actitud de humildad y su disposición a “dejarse enseñar por Dios”, para poder llevar el mensaje de quien es embajador. Es un proceso de configuración con Cristo el que hemos de poner en práctica en el tiempo de preparación espiritual que tenemos, en donde hemos de poner todas nuestras fuerzas y trabajos. A su vez esta gracia nace en el ir poniendo a Dios en el sitio que merece estar y en la forma como debe estar, y eso a la vez se da en ir configurándose con Cristo, en un proceso de renacer de nuevo, el cual sólo se puede por el don del Espíritu Santo.
Jesús, de quien el animador se sabe embajador, “ha salido del cielo y se ha encarnado en la tierra” (Lc 1,26-38; 2, 1-20). Para salir de la casa del Padre, tenía que estar con el Padre, en casa, acogiendo la voz y el envío del Padre, y encaminado hacia el bien del mundo que yacía en la periferia de las tinieblas: “El pueblo que andaba en tinieblas vio una gran luz; los que moraban en tierra de sombra de muerte, una luz resplandeció sobre ellos (Is 9,2).

Importancia de la preparación
espiritual del formador
El animador ha de estar dentro de la luz y fuera de las tinieblas, para luego encaminarse a las periferias de la tiniebla que pueda estar viviendo aquél a quien es enviado. Los animadores con espiritualidad verdadera se saben “embajadores de Cristo”, personas comprometidas, llenas del espíritu de Dios”, sabiéndose indignos y en una misión como si Dios viniera al encuentro de los jóvenes por medio de ellos, van en Su Nombre: “Somos, pues, embajadores de Cristo, y es como si Dios mismo los exhortara por medio de nosotros” (2Cor 5,20).
He aquí la importancia de la buena preparación del “ANIMADOR”, de ese ayudarle a adquirir la espiritualidad que ha de llevar. En él su mente, su corazón, su vida en todos sus sentidos ha de saberse “puente o medio por el que Dios llegará a los jóvenes”. Por esta misma dignidad y razón deben ser personas llamadas, vocacionados por Dios a ser “misioneros de la animación de la JMJ”. Hacen el papel de los apóstoles de Cristo para ser enviados a los corazones de los jóvenes y familias.
La animación también debe ir en relación al texto lema de la JMJ: “He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). El embajador del Señor, el siervo, el esclavo DEL SEÑOR. Antes de la identidad de siervo, esclavo, está la afirmación “he aquí” que significa “aquí estoy”, con toda disponibilidad, con la preparación debida, con la libertad y limpieza de corazón necesaria para ver al Señor y servir mirando los corazones que vienen a su encuentro. Los animadores deben profundizar en la espiritualidad del corazón, para llevar al encuentro con Cristo, ese mundo joven que hoy