Espiritualidad y preparación para la JMJ (VI)

Espiritualidad y preparación para la JMJ (VI)

Provocar un encuentro con
Cristo a los jóvenes
La falta de un encuentro personal con Jesucristo vivo es una de las principales causas de la superficialidad en la fe del católico, de la falta de compromiso y de identidad cristiana que observamos en la Iglesia hoy. Superficialidad, ignorancia y situación interior que ha llevado a muchos católicos a la indiferencia o incluso al abandono de su vida eclesial. Es necesaria esta experiencia personal de Fe. Los animadores de la JMJ necesitamos este encuentro con Cristo vivo, que nos haga vibrar por todo lo que significa la vida en Cristo, sacando de nosotros todo lo que no es vivir en Cristo, y así ayudemos a la juventud y a la familia a una preparación ideal para recibir a la JMJ. La propuesta que hemos hecho en el artículo anterior de organizar unos Ejercicios Espirituales “para jóvenes”, y que podrían ser también “otros para familias” serían el espacio ideal para el encuentro con Cristo del que ahora hablamos.
Los Evangelios relatan numerosos encuentros de Jesús con hombres y mujeres de su tiempo, jóvenes y adultos. Una característica de estos episodios es la fuerza transformadora que tienen ya que abren un auténtico proceso de conversión, llevan a encontrar el camino que se había perdido. El verdadero encuentro con Cristo marca un antes y un después en la persona y en el lugar, en ti y en Panamá como tierra elegida para la JMJ. Algunos ejemplos:
-El encuentro con la Samaritana (Jn 4,4-42): Jesús hace que esta mujer, pecadora, vaya conociéndole poco a poco, de hombre y judío a Mesías, y que ella vaya encontrándose con su verdad. La verdad descubierta le da la libertad (Jn 8,32), la cual va recibiendo conforme el encuentro va siendo más profundo. Le ofrece el agua viva que le hará salir de sus periferias paganas que le separaban de la libertad y felicidad, para entrar en la verdadera espiritualidad: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice Dame de beber…”, tú le pedirías a Él…” Suscita en ella la súplica: “Señor, dame esa agua para que no tenga más sed”. Luego proclama al Mesías que ha descubierto, a sus conciudadanos.
-El encuentro con Zaqueo (Lc 19,1-10): Este en medio de su mundo pecador no es feliz y desea ver a Jesús. Vence los obstáculos que la naturaleza le imponía pues era pequeño de estatura. Su esfuerzo es premiado por Jesús quien lo ve y va a su casa. El encuentro con Jesús le hace consciente de las injusticias que ha cometido, y le da la gracia de cambiar, pagar lo que debe y convertirse a Cristo. El encuentro le devuelve su condición de hijo de Dios y de hermano de su prójimo: “Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo”.
-El encuentro con María Magdalena (Jn 20,11-18): Esta supera el desaliento y la tristeza causada por la muerte del Maestro. Jesús la envía a anunciar a los discípulos que Él ha resucitado: “No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios”. Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras”.
No hay pecador ni pecado que detenga el amor del Señor. Lo que sí hay es el reto de aceptar el “encuentro”, mediante el cual se ha de dejar lo que no es de Dios en nuestra vida, y asumir la nueva vida en Cristo, con los nuevos valores de compromiso y fidelidad que imprimen en el encontrado por Él.
La Iglesia en Panamá está invitada a abrirse a una experiencia especial de “encuentro personal” con Cristo vivo. Este encuentro conduce a la conversión permanente, a liberarse de los pecados, a orar más, a cambiar nuestra vida por la vida nueva que surge a partir del verdadero encuentro con Cristo. La Sagrada Escritura y la Oración son el lugar privilegiado para el encuentro con Cristo vivo, y es este encuentro personal con Cristo vivo, el que nos lleva a ser conscientes de las exigencias del Evangelio, del compromiso cristiano que hemos de asumir en la Iglesia. Nos lleva a desear ser diferentes, a abandonar la forma de pensar y actuar mundana que podamos tener.