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La tempestad calmada

La tempestad calmada

La semana pasada vimos la exhortación que hizo Jesús a poner en practica la Palabra del Evangelio. Es que ella ayuda a comprender la voluntad de Dios. Y Los vimos en la parábola del Sembrador. Esta semana vamos a ver el milagro sobre el mar. (8,22-25)
Lucas relata que el Señor decide ir —a la otra orilla del lago de Galilea—, es decir, a la zona de Gerasa, donde tendrá lugar el milagro siguiente. Durante la travesía, que no era muy larga, Jesús se durmió. Evidentemente, uno de los motivos por lo que Jesús decide emprender este viaje lejos de los centros de su predicación habitual, era la necesidad de descansar. En el lago de Galilea las tormentas se forman rápidamente, porque el mar está rodeado de mesetas, de montes altos, de vientos fríos de las montañas,… precisamente eso, y las olas de este pequeño mar embravecido, inundaban la barca amenazando hundirla.
Jesús, a pesar de todo el griterío formado por los discípulos y el mar, no se despertaba. Su cansancio debía ser muy grande, pero sus discípulos, desesperando de la situación, lo despertaron al grito de: —¡Maestro, perecemos! ya que temían que el mar se los tragase sin que hiciera algo por ponerse a salvo. El Señor pareciera desinteresado de los peligros que atravesaban en aquel momento. Lo cierto es que Jesús, habiéndose despertado, increpó al viento y a las olas, los cuales se calmaron. Este milagro sobre las cosas naturales revela toda la majestad y omnipotencia divina presentes en Cristo. La pregunta que se hacían unos a otros: —¿quién es éste, que impera a los vientos y al agua, y le obedecen?— . Este acontecimiento manifiesta el poder de Jesús, que, como Dios, domina hasta las inclemencias del tiempo.