Mirada espiritual sobre el suicidio

Mirada espiritual sobre el suicidio

Vemos importante dar un aporte espiritual sobre este tema y así ayudarnos a saber mantenernos en pie, y en camino de bien en todo momento. Partimos de hacer ver que el suicida no tiene, en ese momento, dominio propio de su voluntad, la situación depresiva lo lleva a anular la conciencia plena de sí y el razonamiento lúcido que estaría llamado a tener. Por esto “no es un acto libre ya que desea acabar con el sufrimiento que padece”. Y en este campo “sólo Dios sabe qué hacer con un hijo o una hija”, y no debemos condicionar su veredicto. El suicida en realidad no se quita la vida, aunque la vemos acabada, sino que “busca una respuesta, una salida a su situación, un camino que le ayude a superar lo que en su interior le supera en ese momento”.

Un aporte desde la espiritualidad

Nos referimos a “la vida en el Espíritu”, es decir “vivir según el Espíritu de Jesús resucitado” (Rom 8, 1ss). La proclamación de fe sobre el Dios de la vida y el valor in-alienable de la dignidad de la vida humana desde la concepción hasta la muerte, nos hace tener una mirada de esperanza para poder acompañar a quienes no llegaron a consumar el suicidio, a las personas o familias que han perdido un ser querido que ha llegado a esta determinación, y a orar con esperanza por quien lo ha llegado a realizar.

Mantener la fe es lo primero, porque “es la que falta en este momento, la que en el corazón de la persona aparece con mucha confusión y reclamo”, sin tener respuestas, “aunque Dios sí está allí, está con ella, está en ella”. Es la adhesión a la persona de Cristo que ha vencido a la muerte, que cuando es verdadera y se experimenta profundamente, la que da sentido a la propia vida. La esperanza en segundo lugar, porque es la que nos per-mite crecer y mirar más allá de nuestras realidades, para atrevernos a dar un paso más en la conquista de nuestra realización integral. Sin fe la desilusión se re-produce y llega el pesimismo como pan de cada día. Sin esperanza todo queda acaparado por el aquí y ahora, lo inmediato y lo por consumir. Las metas personales son tan a corto plazo que no se sabe qué hacer cuando se alcanzan. Con dolor miramos que este es el “humus” donde están creciendo nuestros hijos, los jóvenes hoy. Un ambiente sin fe y sin esperanza, sin ilusión y proyección de vida plena. Es la atmósfera en la que viven gran parte de nuestros jóvenes hoy.

Y Dios: ¿qué dice?

Es la pregunta que muchos en silencio nos hacemos en estos eventos que se dan en la vida. Es bueno contemplar que Dios “no condena el suicidio como tal”, sí el crimen. En la Biblia se hace mención a siete personas que vivieron esta experiencia: Abimelec (Jueces 9, 50-57); Sansón (Jue-ces 16, 28-31); el Rey Saúl (1 Sam 31, 1-6); el escudero de Saúl (1 Sam 31, 1-6); Ahitofel (2 Sam 15, 12-34; 16, 15-23; 17, 1-23); Zimri (1 Reyes 16, 8-20) y Judas Iscariote (Mat 27, 1-8). Los demás manifiestan la “confesión del Dios de la vida”, a Jesús. Lo que Dios en su Palabra siempre reprueba es el crimen. El suicida no tiene sentimientos de muerte hacia los demás, tienen temor, y buscan una salida, y creen que no hay otro camino.

Y nosotros: ¿qué debemos hacer?

“No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti” (Mat 7,12). No pienses ni digas de castigos de infierno, cuando ningún pasaje bíblico lo afirma como res-puesta a este evento. Piensa y mira con fe y esperanza, que el silencio de Dios en la Escritura es para que los vivos le dejemos el poder de juzgar sólo a Él, y no se lo quitemos. Dios es amor y compasión, y sabe mejor que nadie el pensamiento del hombre, y el estado verdadero de su corazón en cada acontecimiento. Lee: Juan 6, 37-40.

Es fundamental en estas vivencias dejar que el amor envuelva nuestro pensamiento, que la fe testimonie la condición divina de la que participamos en Cristo y por la cual esperamos la voluntad de Dios. El “Catecismo de la Iglesia” nos llama a orar por estas personas (cf. n. 2283). Este es el acto más sublime ante esta situación. Y orar no sólo es pedir, sino confiar en su misericordia, es esperar con humildad que Dios deje actuar al infinito amor que habita en él. Y entrar en oración da serenidad, de paz, y de confianza en Él.