El rosario como identidad cristiana

Señor, Dios nuestro, que el sacramento que hemos recibido atraiga continuamente sobre nosotros tu misericordia, para que seamos salvos, en virtud de la encarnación de tu Hijo, todos los que celebramos con fe el recuerdo de su santísima Madre. Por JNS (Postcomunión del Común de Santa María Virgen. Adviento)
El Rosario no nos da la identidad cristiana. Es Jesucristo quien nos da esta identidad y, habiendo recibido su llamada, animados por el Espíritu, lo seguimos como discípulos, habiendo recibido el bautismo en el nombre del Padre y del Hijo y del mismo Espíritu Santo.
El Rosario es oración mariana, pero está centrada en Jesucristo. A través de los gozos, los dolores y las glorias es como un compendio del evangelio y el canto del Magníficat, junto con el saludo del Angel y las palabras de Isabel, acompañan todo el recorrido, ayudándonos a vivir. Así como en María se dio la Encarnación, que el evangelio se encarne en nuestras vidas.
“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para quien crea en él no muera, sino que tenga vida eterna” (Juan 3, 16). Este misterio de amor es el motivo que recorre las cuentas del Rosario y, por tanto, de la respuesta del discípulo misionero llamado a dar testimonio de Él en las circunstancias del diario vivir. Se desgranan cinco misterios del amor del Señor comenzando por el manifestado en el gozo, y se propone irlo dejando que nos empape en la oración reposada ayudados por María, la que estuvo desde la concepción hasta la Hora de Gloria de la Pasión, Muerte y Resurrección, seguida de la Mistagogia del seguimiento.
De la misma manera se nos proponen cinco Misterios en situaciones de dolor y cinco Misterios de la Gloria del Resucitado que se manifiesta también en María como fiel discípula “Si morimos con El, con El viviremos” (2Timoteo 2, 11). Es la vida del que ora iluminada por este hacer memoria de la historia de la salvación manifestada en Cristo Jesús y que se va interiorizando, iluminando nuestra propia vida diaria. Si Jesús pasó por ahí, cómo estoy yo pasando situaciones semejantes. Como con quienes convivo voy dando la vida, entonces “ruega por nosotros pecadores”; “perdónanos como nosotros perdonamos”
Completando el Rosario están las letanías que tienen dos partes: una de alabanza, otra de súplica. Ellas consisten en invocaciones dirigidas a María, creando un flujo de oración en insistente súplica.
El Rosario de María es una de las oraciones más bellas a la Madre del Señor. Por eso los Papas no han obligado, pero sí han exhortado repetidamente a los fieles a la recitación del mismo. Por ejemplo, el beato papa Pablo VI, en su carta Apostólica Marialis cultus, expresa “El Rosario es el compendio de todo el Evangelio, es una oración laudatoria, pero sobre todo contemplativa. Es el salterio de la Virgen, mediante el cual los humildes quedan asociados al cántico de alabanza y a la intercesión universal de la Iglesia” (MC 42)
Obviamente todo lo anterior supone una oración no “hecha de carretilla”. No se trata de aquello como cuando se iba a confesión, como popularmente se decía, y el ministro de la reconciliación, por ejemplo, imponía como penitencia medicinal “rezar dos padrenuestros y tres avemarías” La acción de hoy es diferente; no se trata más que nada de pasar de aquí para allá, tan rápido como sea posible, de preferencia sin detenernos y, mucho mejor, sin mirar alrededor.
No se trata de aislarnos ni de pretender orar a la velocidad digital. Se trata del humilde compás de los latidos de nuestro corazón, como los que adormecían en el regazo de nuestra madre, Orar no es hacer; es dejar que ocurran cosas en nuestra oración: la acción del Señor. Orar es escuchar a través de lo que vamos diciendo.
Todo aquello que favorece nuestra capacidad de relación será una disposición para la relación que es la oración. Abrirnos realmente a los demás, dirigir y disponer nuestro corazón a la acogida y a la donación que supone toda relación profunda, nos dispondrá al gesto esencial que, como relación con Dios, es la oración.
Por el contrario, todo aquello que de una manera u otra bloquee nuestra capacidad de relación profunda y sincera con los demás, o la ensucia, posiblemente bloqueará también la oración, o la ensuciará.
Cada uno debe tener la manera de disponer el propio corazón a la acción de Dios, en este caso en la compañía de María. Cada uno debe conocer sus propios obstáculos, aquello que, una y otra vez, se opone a la obra de Dios en él. Y cada cual sabe también cómo los ha de purificar.
Por otra parte, una dedicación fiel y sincera a la oración, que es relación con Dios, nos ayuda en las relaciones con los hombres.
El hombre ora según el hombre que es.

Mons. Pablo Varela Server / Obispo auxiliar de Panamá