Sacramento de la Esperanza

La Iglesia nos convoca de nuevo para celebrar el CUERPO Y SANGRE DE CRISTO.. Una fiesta hermosa, tradicional, cargada de hondo significado. Aunque la vida moderna le ha hecho perder un poco el esplendor que tenía. Me parece bueno, sin embargo, descubrir siempre mejor su sentido y la oportunidad que ofrece. ¿Cómo vivirla hoy?
El jueves (o domingo) siguiente al domingo de la Santísima Trinidad, la Iglesia celebra la solemnidad del santísimo cuerpo y sangre de Cristo. Ese es su título completo, aunque solemos referirnos a ella utilizando su anterior nombre latino, “Corpus Christi”. Es interesante saber que su título más antiguo fue Festum Eucharistiae.
Por eso tanto la preparación de la fiesta del Corpus como su celebración son una ocasión propicia para realizar una acción catequística que ponga de relieve la importancia de la Eucaristía en nuestra vida.
La festividad del Corpus Christi nos invita a entrar en el corazón del misterio de la Eucaristía, que se ha de creer, celebrar y vivir. “Sacramento de la caridad, la Santísima Eucaristía es el don que Jesús hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito para cada hombre”[ Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Sacramentum caritatis, 1 ].
A la luz de la última encíclica de Benedicto XVI –”Spe salvi; Salvados en la esperanza”-, contemplemos la Eucaristía descubriendo en ella un verdadero sacramento de esperanza para toda la humanidad y, de manera muy especial, para los más pobres y excluidos de los bienes necesarios.
La Eucaristía, sacramento del amor, aviva en nosotros la conciencia de que donde hay amor brilla, también, la esperanza, de que donde el ser humano experimenta el amor se abren para él puertas y caminos de esperanza.
Así nos lo ha recordado Benedicto XVI cuando dice: « No es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el amor. Eso es válido incluso en el ámbito intramundano. Cuando uno experimenta un gran amor en su vida, se trata de un momento de “redención” que da un nuevo sentido a su existencia» [Benedicto XVI, Spe salvi, n. 26]. Y porque el amor es lo que salva, salva tanto más cuanto más grande y fuerte es. Por eso, no basta el amor frágil que nosotros podemos ofrecer. El hombre, todo hombre, también el pobre, en palabras del Papa Emérito, «necesita un amor incondicionado». Ese es el amor absoluto que Dios nos ha manifestado en Jesús: «Por medio de Él estamos seguros de Dios, de un Dios que no es una lejana “causa primera” del mundo, porque su Hijo unigénito se ha hecho hombre y cada uno puede decir de Él: “vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí” (Gal 2,20)»[4].
Este amor absoluto e incondicionado de Dios que el hombre necesita para encontrar sentido a la vida y vivirla con esperanza, se ha manifestado en Cristo y tiene su máxima expresión sacramental en el misterio de la Eucaristía.
Cuando se descubre y vive la Eucaristía, como misterio de presencia de Cristo acompañando al hombre en el camino de la vida, como misterio de vida entregada por el “Otro” y como servicio humilde y generoso al hermano necesitado, como misterio de comunión que nos hace sentar en la misma mesa superando toda diferencia, resulta fácil descubrir que la Eucaristía es el gran sacramento de la esperanza, anticipo de los bienes definitivos a los que todos aspiramos en lo hondo de nuestro corazón y que esperamos alentados por la fe [ Cfr. Mt 26, 26-28; Jn 15,3; 1Cor 10,17; 11, 17-34; Cfr. Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, n. 59 ].
Por eso celebremos la Eucaristía ofreciendo a los pobres signos de esperanza. Vivida y celebrada la Eucaristía como el gran sacramento del amor, la fe en ella se traduce inevitablemente en gestos y signos de esperanza. Lo dice Benedicto XVI con otras palabras: «Toda actuación seria y recta es esperanza en acto. Lo es ante todo en el sentido de que así tratamos de llevar adelante nuestras esperanzas más grandes o pequeñas; solucionar éste o aquel otro cometido importante para el porvenir de nuestra vida: colaborar con nuestro esfuerzo para que el mundo llegue a ser un poco más luminoso y humano, y se abran así también las puertas hacia el futuro» [ Spe salvi, n. 35 ].
“Cantemos al amor de los amores, cantemos al Señor, Dios está aquí …Gloria a Cristo Jesús…” La Madre Teresa de Calcuta decía a sus religiosas que deben tratar a los enfermos como el sacerdote trata a la hostia consagrada. Cuando adoro a Jesús en la Eucaristía veo a los pobres y cuando veo a los pobres veo a Jesús”. No hace falta amar a las personas por Cristo, sino que basta amar a Cristo en las personas.
Por eso, si quisiéramos en verdad amar a los pobres, entonces, acerquémonos a Jesús Eucaristía, donde bebemos el amor en su fuente, hasta convertirnos en fuente de amor, que no se agota. De tal manera nuestra participación en la Eucaristía ha de impulsarnos irremisiblemente a servir a los pobres, como Jesús, quien une la institución de la Eucaristía con el lavatorio de los pies.
Por eso desconfiemos de una Eucaristía sin amor a los pobres; pero no empobrezcamos más a los pobres privándoles del banquete de vida eterna, que es Jesús en la Eucaristía. Ambos amores son uno mismo, como dice el referido Papa: Hay una “inseparable relación entre amor a Dios y amor al prójimo. Ambos están tan estrechamente entrelazados, que la afirmación de amar a Dios es en realidad una mentira si el hombre se cierra al prójimo o incluso lo odia… El amor del prójimo es un camino para encontrar también a Dios, y cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios” (Deus caritas est, 16).

 

Mons. José Domingo Ulloa Mendieta, OSA / Arzobispo Metropolitano de Panamá