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Sólo el padre conoce el día y la hora, estén vigilantes! (Lc 17, 20-37)

Sólo el padre conoce el día y la hora,  estén vigilantes! (Lc 17, 20-37)

En tiempos de Jesús se esperaba fanáticamente el día del Hijo del Hombre, ese misterioso personaje que vendría de parte de Dios a hacer el gran juicio e instaurar el Reino de Dios; y buscaban los signos que indicaran la proximidad de ese día terrible.
A Jesús le preocupaba que el fuego inicial se apagara en sus seguidores y se instalaran cómodamente en la tradición, olvidando la Buena Noticia que Él proclamaba. Por eso, hablaba de ese final y los evangelios destacan sus exhortaciones: “estén vigilantes”, “vivan despiertos” y “estén alertas”.
Pero según el Nuevo Testamento, el gran juicio y la venida del Reino van sucediendo en la historia. La vida de cada uno de nosotros terminará, inevitablemente, como termina la de todos los seres humanos.
Han pasado muchos siglos desde entonces, y preguntamos: ¿estamos despiertos los cristianos o nos hemos ido durmiendo poco a poco?. ¿Vivimos atraídos por Jesús o distraídos por las cosas materiales? ¿Se nos ha endurecido el corazón y estamos inmunes a las llamadas del Evangelio?
El “vigilad” de Jesús significa que debemos estar atentos a la realidad: escuchar los gemidos de los que sufren, sentir el amor de Dios en nuestra vida y reavivar la experiencia de Dios. Lo esencial del Evangelio no se aprende desde fuera, sino que se descubre desde el interior de cada uno de nosotros.
Lo primero que tenemos que hacer, es volver a Jesús y regresar a la experiencia primera que desencadenó todo: al encuentro personal con Él. Atrevernos a ser diferentes, no compartir lo inhumano de esta sociedad, no proceder como todo el mundo, recordando que el Espíritu de Dios sigue actuando en la historia y el corazón de cada persona.