“El Espíritu Santo da unidad a la Iglesia”, señala Monseñor José Domingo Ulloa Mendieta.

“El Espíritu Santo da unidad a la Iglesia”, señala Monseñor José Domingo Ulloa Mendieta.

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El Arzobispo de Panamá, Monseñor José Domingo Ulloa Mendieta, presidió la Eucaristía, hoy desde la capilla de su residencia, y continuó en su homilía recordando los siete dones del Espíritu Santo. 

Ayer explicó el don de la sabiduría y don del entendimiento, hoy se refirió al don de Consejo y don de Ciencia, pero antes dijo que el conocimiento de fe no es posible sino en el Espíritu Santo, y que para entrar en contacto con Cristo, es necesario primeramente haber sido atraído por el Espíritu Santo. 

También señaló que el Espíritu Santo da unidad a la iglesia, y una de las formas más importantes en las que la iglesia del Señor daría testimonio de Cristo es a través de la unidad del cuerpo de Cristo, la iglesia. 

“Las divisiones son un terrible obstáculo para la evangelización y la edificación de la iglesia, por lo tanto, la unidad es fundamental”, indicó Monseñor Ulloa, tras reafirmar que el que guarda y sostiene esa unidad es el Espíritu de Dios (Efesios 4:3). 

Sin embargo, aclaró que eso no significa que la iglesia no deba comprometerse a evitar las divisiones, los celos y las disensiones, “pero si no fuera por el poder del Espíritu de Dios sosteniendo la unidad de la iglesia, sería imposible que después de miles de años, la iglesia del Señor continúe existiendo”.

Sin el Espíritu, la Iglesia es una organización, y eso lo dejó claro: “ser Iglesia discípula y misionera, ser Iglesia del Espíritu —que es ser la única Iglesia posible, la única Iglesia de Jesucristo— es también evitar el riesgo de la autocomplacencia y la autorreferencialidad y creerse que todo depende de programaciones, estrategias y voluntarismos solo humanos y, a veces, hasta sectarismos. 

El Arzobispo citó las palabras del Papa Francisco que aconsejó dejarnos llevar de la mano del Espíritu e ir en medio del corazón de la ciudad para escuchar su grito, su gemido, y hacerlo, “bajando” de nuestros pedestales, puestos, seguridades y prepotencias.

A continuación, Monseñor Ulloa comenzó a explicar el Don de Consejo citando Pr. 12, 15: “El necio tiene por recto su camino, pero el sabio escucha los consejos”. Para el Arzobispo, saber y querer escuchar es una de las carencias más considerables de nuestra sociedad. 

“Cuántas veces reducimos la convivencia y el trato con los demás a ocasiones en las que vamos buscando nuestra tajada, porque nos cuesta escuchar, porque vivimos volcados en nuestras cosas, y, cuando nos hablan, ya estamos adelantando la respuesta que más nos pueden convenir”, subrayó.

Manifestó que el Don de Consejo ayuda al alma a centrar la propia vida en Dios, en primer lugar y como lo único esencial, de allí la importancia de la virtud de la prudencia que una luz del Espíritu Santo que nos ayuda a considerar y elegir los medios adecuados, y nos orienta para saber lo que tengo que hacer en las circunstancias concretas y en los actos particulares. 

Seguidamente explicó el Don de Ciencia, que para muchos es la capacidad del hombre de conocer cada vez mejor la realidad que lo rodea y descubrir las leyes que rigen la naturaleza y el universo, pero la ciencia que viene del Espíritu Santo, sin embargo, no se limita al conocimiento humano: es un don especial, que nos lleva a captar, a través de la creación, la grandeza y el amor de Dios y su relación profunda con cada creatura.

“Esto debe hacernos pensar y debe hacernos pedir al Espíritu Santo el Don de Ciencia para comprender bien que la creación es el regalo más hermoso de Dios. Él hizo muchas cosas buenas para la cosa mejor que es la persona humana”, así finalizó su homilía del día de hoy, el Arzobispo de Panamá, José Domingo Ulloa Mendieta. 

 

A continuación, el texto completo de la Homilía de Monseñor Ulloa desde la capilla de su casa:

 

Miércoles VII de Pascua

 

Don de Consejo y Don de Ciencia

 

Mons. José Domingo Ulloa Mendieta

 

Hermanos y hermanas:

Nadie puede decir: “¡Jesús es Señor!’ sino por influjo del Espíritu Santo», dice San Pablo en la Epístola a los Corintios. Y en la Epístola a los Gálatas: «Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama ¡Abbá, Padre!». El conocimiento de fe no es posible sino en el Espíritu Santo. Para entrar en contacto con Cristo, es necesario primeramente haber sido atraído por el Espíritu Santo. El Espíritu Santo, con la Trinidad Beatísima, viene a inhabitar en el alma por el sacramento del Bautismo. El Espíritu Santo con su gracia es el «primero», que nos despierta en la fe y nos inicia en la vida nueva que supone conocer al único Dios verdadero, y a su enviado, Jesucristo. Catecismo de la Iglesia Católica 737-742.

El Espíritu Santo da unidad a la iglesia – Efesios 4:3

Una de las formas más importantes en las que la iglesia del Señor daría testimonio de Cristo es a través de la unidad del cuerpo de Cristo, la iglesia. Las divisiones son un terrible obstáculo para la evangelización y la edificación de la iglesia, por lo tanto, la unidad es fundamental.

El que guarda y sostiene esa unidad es el Espíritu de Dios (Efesios 4:3). Por supuesto eso no significa que la iglesia no deba comprometerse a evitar las divisiones, los celos y las disensiones, pero si no fuera por el poder del Espíritu de Dios sosteniendo la unidad de la iglesia, sería imposible que después de miles de años, la iglesia del Señor continúe existiendo.

Por eso, Pentecostés es el día de la Iglesia y el día de misión en y desde la doble realidad de la Iglesia: sus dimensiones divina y humana. Y lo es como don y como reto para todos los miembros de la Iglesia de todos los tiempos.

Sin el Espíritu, la Iglesia es una organización; la misión es propaganda y la comunión es un esfuerzo» hasta vano. Porque «un cristianismo sin el Espíritu es un moralismo sin alegría; y con el Espíritu es vida» y fecundidad. 

 Iluminado por el espíritu, nos dice el papa Francisco: «¡Cuánto me gustaría que la gente reconociera a la Iglesia, que nos reconociera por este más de misericordia, no por otras cosas, por este más de humanidad y de ternura, que tanto se necesitan!».

Ser Iglesia discípula y misionera, ser Iglesia del Espíritu —que es ser la única Iglesia posible, la única Iglesia de Jesucristo— es también evitar el riesgo de la autocomplacencia y la autorreferencialidad y el creerse que todo depende de programaciones, estrategias y voluntarismos solo humanos y, a veces, hasta sectarismos varios, que solo buscan definir la propia identidad y «lo hacen contra alguien o contra algo».

De modo, «que hemos de dejarnos llevar, pues, de la mano del Espíritu e ir en medio del corazón de la ciudad para escuchar su grito, su gemido». Y hacerlo, «bajando» de nuestros pedestales, puestos, seguridades y prepotencias. Porque si «la Iglesia no sabe bajar y no baja, no es el Espíritu el que manda».

 

Don de Consejo

“El necio tiene por recto su camino, pero el sabio escucha los consejos” (Pr 12,15). Saber y querer escuchar es una de las carencias más considerables de nuestra sociedad. Cuántas veces reducimos la convivencia y el trato con los demás a ocasiones en las que vamos buscando nuestra «tajada». Nos cuesta escuchar, porque vivimos volcados en nuestras cosas, y, cuando nos hablan, ya estamos adelantando la respuesta que más nos pueden convenir.

El Don de Consejo ayuda al alma a centrar la propia vida en Dios, en primer lugar y como lo único esencial. Se refiere a la virtud de la prudencia y es una luz del Espíritu Santo que nos ayuda a considerar y elegir los medios adecuados para conseguir el fin de nuestra vida, nos orienta para saber lo que tengo que hacer en las circunstancias concretas y en los actos particulares.

 El Don de Consejo me ayuda a aplicar de forma concreta lo que la fe, la sabiduría y la ciencia me enseñan de forma más general.

He de discernir, bajo la ayuda del Espíritu, si una cosa es buena o no lo es, si lo es en esas circunstancias concretas y no en otras, si es mejor para mí que otras en orden a conseguir el fin de mi vida.

Muchos consejos no pasan de ser útiles recetas para «salir del paso», pero pueden no conducirme por caminos de salvación.

Aconsejar no es dar recetas. Un buen consejo siempre es algo positivo y saludable, tanto si se da como si se recibe.  El que lo da realiza una acción efectiva: ponerse en el lugar del otro, sin manipular, sin buscar el interés propio, sino que le guía la sola prudencia.

El que lo recibe, lo acepta porque añade a su conocimiento un saber que le era ajeno, y le ayuda a crecer interiormente.

Hace falta mucha humildad para saber aconsejar y para aceptar el consejo de otro, sobre todo si sirve al fin de nuestra vida, que es Dios.

De tal forma, por el Don de Consejo, el Espíritu Santo capacita a nuestra conciencia para hacer una opción concreta en comunión con Dios, según la lógica de Jesús y de su Evangelio. De este modo, el Espíritu nos hace crecer interiormente, nos hace crecer positivamente, nos hace crecer en la comunidad y nos ayuda a no caer en manos del egoísmo y del propio modo de ver las cosas. Así, el Espíritu nos ayuda a crecer y también a vivir en comunidad.

Como todos los demás dones del Espíritu, también el de consejo constituye un tesoro para toda la comunidad cristiana.

El Señor no nos habla sólo en la intimidad del corazón, nos habla sí, pero no sólo allí, sino que nos habla también a través de la voz y el testimonio de los hermanos. Es verdaderamente un don grande poder encontrar hombres y mujeres de fe que, sobre todo en los momentos más complicados e importantes de nuestra vida, nos ayudan a iluminar nuestro corazón y a reconocer la voluntad del Señor.

Recuerdo una vez en el santuario de Luján, yo estaba en el confesonario, delante del cual había una larga fila. Había también un muchacho todo moderno, con los aretes, los tatuajes, todas estas cosas… Y vino para decirme lo que le sucedía. Era un problema grande, difícil. Y me dijo: yo le he contado todo esto a mi mamá, y mi mamá me ha dicho: dirígete a la Virgen y ella te dirá lo que debes hacer. He aquí a una mujer que tenía el don de consejo.

No sabía cómo salir del problema del hijo, pero indicó el camino justo: dirígete a la Virgen y ella te dirá. Esto es el don de consejo. Esa mujer humilde, sencilla, dio a su hijo el consejo más verdadero. En efecto, este muchacho me dijo: he mirado a la Virgen y he sentido que tengo que hacer esto, esto y esto… Yo no tuve que hablar, ya lo habían dicho todo su mamá y el muchacho mismo. Esto es el don de consejo. Ustedes, mamás, que tienen este don, pídanlo para vuestros hijos: el don de aconsejar a los hijos es un don de Dios.

 

Don de Ciencia

Quisiera poner de relieve otro don del Espíritu Santo: el Don de ciencia. Cuando se habla de ciencia, el pensamiento se dirige inmediatamente a la capacidad del hombre de conocer cada vez mejor la realidad que lo rodea y descubrir las leyes que rigen la naturaleza y el universo. La ciencia que viene del Espíritu Santo, sin embargo, no se limita al conocimiento humano: es un don especial, que nos lleva a captar, a través de la creación, la grandeza y el amor de Dios y su relación profunda con cada creatura.

Cuando nuestros ojos son iluminados por el Espíritu, se abren a la contemplación de Dios, en la belleza de la naturaleza y la grandiosidad del cosmos, y nos llevan a descubrir cómo cada cosa nos habla de Él y de su amor.

Todo esto suscita en nosotros gran estupor y un profundo sentido de gratitud. Es la sensación que experimentamos y admiramos una obra de arte o cualquier maravilla que es fruto del ingenio y de la creatividad del hombre: ante todo esto el Espíritu nos conduce a alabar al Señor desde lo profundo de nuestro corazón y a reconocer, en todo lo que tenemos y somos, un don inestimable de Dios y un signo de su infinito amor por nosotros.

En el primer capítulo del Génesis, precisamente al inicio de toda la Biblia, se pone de relieve que Dios se complace de su creación, subrayando repetidamente la belleza y la bondad de cada cosa. Al término de cada jornada, está escrito: «Y vio Dios que era bueno» (1, 12.18.21.25): si Dios ve que la creación es una cosa buena, es algo hermoso, también nosotros debemos asumir esta actitud y ver que la creación es algo bueno y hermoso.

He aquí el Don de Ciencia que nos hace ver esta belleza; por lo tanto, alabemos a Dios, démosle gracias por habernos dado tanta belleza. Y cuando Dios terminó de crear al hombre no dijo «vio que era bueno», sino que dijo que era «muy bueno» (v. 31).

A los ojos de Dios nosotros somos la cosa más hermosa, más grande, más buena de la creación: incluso los ángeles están por debajo de nosotros, somos más que los ángeles, como hemos escuchado en el libro de los Salmos.

El Señor nos quiere mucho. Debemos darle gracias por esto. El Don de Ciencia nos coloca en profunda sintonía con el Creador y nos hace participar en la limpidez de su mirada y de su juicio.

Y en esta perspectiva logramos ver en el hombre y en la mujer el vértice de la creación, como realización de un designio de amor que está impreso en cada uno de nosotros y que hace que nos reconozcamos como hermanos y hermanas.

Todo esto es motivo de serenidad y de paz, y hace del cristiano un testigo gozoso de Dios, siguiendo las huellas de San Francisco de Asís y de muchos santos que supieron alabar y cantar su amor a través de la contemplación de la creación. Al mismo tiempo, el Don de Ciencia nos ayuda a no caer en algunas actitudes excesivas o equivocadas. La creación no es una propiedad, de la cual podemos disponer a nuestro gusto; ni, mucho menos, es una propiedad sólo de algunos, de pocos: la creación es un don, es un don maravilloso que Dios nos ha dado para que cuidemos de él y lo utilicemos en beneficio de todos, siempre con gran respeto y gratitud.

La segunda actitud errónea está representada por la tentación de detenernos en las creaturas, como si éstas pudiesen dar respuesta a todas nuestras expectativas. Con el Don de Ciencia, el Espíritu nos ayuda a no caer en este error.

Una vez estaba en el campo y escuché un dicho de una persona sencilla, a la que le gustaban mucho las flores y las cuidaba. Me dijo: «Debemos cuidar estas cosas hermosas que Dios nos ha dado; la creación es para nosotros a fin de que la aprovechemos bien; no explotarla, sino custodiarla, porque Dios perdona siempre, nosotros los hombres perdonamos algunas veces, pero la creación no perdona nunca, y si tú no la cuidas ella te destruirá».

Esto debe hacernos pensar y debe hacernos pedir al Espíritu Santo el Don de Ciencia para comprender bien que la creación es el regalo más hermoso de Dios. Él hizo muchas cosas buenas para la cosa mejor que es la persona humana.

PANAMÁ, acatemos las normas que nuestras autoridades han implementado. Por ti, por los tuyos, por Panamá -Quédate en casa.

 

† JOSÉ DOMINGO ULLOA MENDIETA, O.S.A.

ARZOBISPO METROPOLITANO DE PANAMÁ