La vocación y la gracia del discernimiento

La vocación y la gracia del discernimiento

P. MIGUEL ÁNGEL KELLER, OSA 

Desde nuestro bautismo, hemos recibido el Espíritu Santo, su presencia en nuestro corazón, la fuerza de su amor, la riqueza de sus dones. Y entre ellos hay algunos que, de forma directa y especial, nos guían e iluminan en las tareas del discernimiento: don de sabiduría, don de entendimiento, don de ciencia (para el discernimiento propio) y don de consejo (para ayudar al discernimiento de los demás).

El Papa Francisco insiste con fuerza en este aspecto del discernimiento espiritual. Es una gracia, es un don de Dios, es obra del Espíritu Santo, no es algo puramente humano ni se reduce simplemente a seguir normas o leyes: “Es verdad que el discernimiento espiritual no excluye los aportes de sabidurías humanas, existenciales, psicológicas, sociológicas o morales. Pero las trasciende. Ni siquiera le bastan las sabias normas de la Iglesia. Recordemos siempre que el discernimiento es una gracia. Aunque incluya la razón y la prudencia, las supera, porque se trata de entrever el misterio del proyecto único e irrepetible que Dios tiene para cada uno y que se realiza en medio de los más variados contextos y límites. No está en juego solo un bienestar temporal, ni la satisfacción de hacer algo útil, ni siquiera el deseo de tener la conciencia tranquila. Está en juego el sentido de mi vida ante el Padre que me conoce y me ama, el verdadero para qué de mi existencia que nadie conoce mejor que él. El discernimiento, en definitiva, conduce a la fuente misma de la vida que no muere, es decir, conocer al Padre, el único Dios verdadero, y al que ha enviado: Jesucristo (cf. Jn 17,3). No requiere de capacidades especiales ni está reservado a los más inteligentes o instruidos, y el Padre se manifiesta con gusto a los humildes (cf. Mt 11,25)”. (Gocen y alégrense, GE 170).

Se trata, nada más y nada menos, que de descubrir el misterio del llamado de Dios, del sentido de mi vida en el plan de Dios. Es un misterio de fe, es un don de Dios. Y es un don de Dios para todos, no sólo para algunos privilegiados. Desde la fe, en actitud de humildad y oración, cada uno de nosotros está llamado a preguntarse: ¿qué quiere Dios de mí? ¿qué plan tiene el Señor para mí? ¿qué me pide, qué espera de mí? ¿qué camino tomar en la vida para responder a su llamado, para ser feliz, para servir a Dios y a los hermanos, para construir el Reino?

Por eso, la primera actitud en el discernimiento es la escucha humilde y la oración. “Si bien el Señor nos habla de modos muy variados en medio de nuestro trabajo, a través de los demás, y en todo momento, no es posible prescindir del silencio de la oración detenida para percibir mejor ese lenguaje, para interpretar el significado real de las inspiraciones que creímos recibir, para calmar las ansiedades y recomponer el conjunto de la propia existencia a la luz de Dios. Así podemos dejar nacer esa nueva síntesis que brota de la vida iluminada por el Espíritu. Habla, Señor” (GE 171).

Es la actitud de los santos que han sabido discernir, descubrir la voluntad de Dios, su llamado, y seguirlos generosamente. “Hay que recordar que el discernimiento orante requiere partir de una disposición a escuchar: al Señor, a los demás, a la realidad misma que siempre nos desafía de maneras nuevas. Solo quien está dispuesto a escuchar tiene la libertad para renunciar a su propio punto de vista parcial o insuficiente, a sus costumbres, a sus esquemas. Así está realmente disponible para acoger un llamado que rompe sus seguridades, pero que lo lleva a una vida mejor, porque no basta que todo vaya bien, que todo esté tranquilo. Dios puede estar ofreciendo algo más, y en nuestra distracción cómoda no lo reconocemos” (GE 172). 

El discernimiento espiritual y vocacional, camino de santidad, exige así tres actitudes: la OBEDIENCIA al Evangelio y al magisterio de la Iglesia, la PACIENCIA para aceptar el plan de Dios y sus tiempos, y la GENEROSIDAD para entregarse y aceptar la cruz. “No se discierne para descubrir qué más le podemos sacar a esta vida, sino para reconocer cómo podemos cumplir mejor esa misión que se nos ha confiado en el Bautismo, y eso implica estar dispuestos a renuncias hasta darlo todo. Porque la felicidad es paradójica y nos regala las mejores experiencias cuando aceptamos esa lógica misteriosa que no es de este mundo, como decía san Buenaventura refiriéndose a la cruz: «Esta es nuestra lógica». Si uno asume esta dinámica, entonces no deja anestesiar su conciencia y se abre generosamente al discernimiento.” (GE 174).

Que el Señor nos conceda a todos y siempre el don del discernimiento.