Testimoniar y ofrecer el Evangelio con alegría

Testimoniar y ofrecer  el Evangelio con alegría

En algunos lugares disminuye fuertemente el número de católicos. En otros, muchos que se declaran católicos viven como si no lo fueran.
Ante este tipo de fenómenos, no falta quien acusa a la Iglesia de rigidez y de falta de tacto. Si la gente no está lista para vivir una moral como la católica, ¿no habría que edulcorar el Evangelio?
Afrontar así este tema supone apartarse del Evangelio e implica una especie de pacto con la mentalidad del mundo. Es decir, va contra el modo de enseñar de Cristo y contra la verdadera acción misionera de la Iglesia.
Porque Cristo fue claro: o estamos con Él o estamos contra Él (cf. Mt 12,30).
Frente a quienes dejan la Iglesia, o frente quienes se dicen católicos pero están lejos del Evangelio, lo correcto es actuar como el Maestro: buscar a las ovejas perdidas, curar a las enfermas, ayudar a las débiles, iluminar a las confundidas, rezar por todas con auténtico afecto de hermanos. Todo ello sin edulcorar el Evangelio.
En medio de grupos y sociedades caracterizadas por la tibieza, el pacto, la condescendencia, la cobardía, la simulación, el verdadero discípulo de Cristo vive unido a la vid y se convierte, entonces, en sal que purifica y luz que ilumina. Porque, “si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres” (Mt 5,13).
Por lo tanto, en vez de buscar adaptaciones y edulcuraciones que hipotéticamente detendrían la fuga de tantos bautizados, hay que saber testimoniar y ofrecer el Evangelio íntegramente, con alegría y esperanza. Solo así ayudaremos a nuestros hermanos, porque a través de nosotros podrán redescubrir la belleza del mensaje de misericordia que Cristo ofrece a cada generación humana.