“Pidamos la gracia de llorar como Pedro lloró”, Monseñor José Domingo Ulloa.

“Pidamos la gracia de llorar como Pedro lloró”, Monseñor José Domingo Ulloa.

Redacción: [email protected]

Hoy, la liturgia de la Palabra nos ubica en la mesa de la última cena, y desnuda la traición, y así lo fue relatando Monseñor José Domingo Ulloa Mendieta en su homilía de este martes 7 de abril, en la misa televisada.

La palabra de hoy dijo, nos revela los síntomas que indican su enfermedad, y se manifiesta definitivamente en la Última Cena, en el momento más dramático: Judas lleva tiempo siendo como una piedra de río. 

Monseñor Ulloa advirtió a los fieles televidentes, que la traición no se da de un día para otro, y no solo en la sociedad, también se vive en los ámbitos eclesiales, y lamentablemente dentro del núcleo familiar. 

“Pero lo que más nos tiene que doler hoy, es el Judas que llevamos dentro, que a veces le dejamos llevar el timón de algunas de nuestras decisiones…y él siempre da la orden de echar el ancla, que impide navegar hacia donde Dios quiere”, agregó. 

La figura de Judas es una advertencia para todos: cuántas veces expresamos “yo amo a Jesús con todas mis fuerzas”, indicó, no sin antes advertir, “cuidado porque, esas fuerzas te pueden perder, porque te fías de ellas y te crees capaz de llegar, movido por tu amor, hasta el final del camino”.

Aconsejó que es mejor decir «¡Señor, no puedo! Concédeme la gracia de seguirte», y pidió que lo repitiéramos constantemente. 

En esta parte de la homilía hizo un aparte para dirigir un mensaje a la familia, para que no se olviden de sus viejos en el sentido más amoroso y coloquial, pues viven también esta pandemia.

“Ellos son parte de los más vulnerables, pero hay algo que nos fortalece a todos y se llama amor”, comentó recordando que son los invisibilizados de siempre, y que dentro de nuestra justicia social están fuera muchos, en hogares y asilos y otros en sus casas. 

“Pensemos hoy no solo en sus enfermedades físicas y en el riesgo de infectarse del coronavirus, ellos tienen otro riesgo mayor, el riesgo emocional que se acentúa cuando no cuentan con el cariño y la atención familiar, y los exponemos al contagio, algunos incluso abusan y utilizan su fondo económico que siempre es débil”, expresó. 

En esta Semana Mayor somos invitados a dejarnos guiar, y romper con esos viejos esquemas de pecado que nos desgastan, invitó Monseñor José Domingo Ulloa y cerró diciendo: “pidamos “la gracia de perseverar en el servicio. A veces con resbalones, caídas, pero la gracia de al menos llorar como Pedro lloró”. 

 

A continuación, el texto completo de la Homilía de Monseñor Ulloa, desde la capilla de su casa.

Mons. José Domingo Ulloa Mendieta osa

Hermanos y hermanas:

Hoy oramos por dos intenciones especiales: los adultos mayores de los que el Papa Francisco los define como «La sabiduría del tiempo” y oramos por el Personal de Salud en su día.

Nos dice el Evangelio hoy: “Jesús se turbó en su espíritu y dio testimonio diciendo: «En verdad, en verdad les digo: uno de ustedes me va a entregar»”. 

Duele cuando la traición nace desde dentro, donde más corazón has puesto, en tu núcleo íntimo de personas. 

Esta experiencia, desgraciadamente habitual, desgarra la intimidad, vulnera el amor, lo deja desnudo e impotente. Por eso, Jesús se turba en su espíritu. ¡Qué diferencia con la cena de ayer, cuando en casa de sus amigos recibe una unción llena de fidelidad, de agradecimiento, de respeto y afecto inmensos!

Ahora, en la última cena en este mundo, es la hora en que las tinieblas preparan el golpe definitivo. Y aunque sabemos que el resto de los comensales tampoco se van a salvar de la traición, la de Judas no es por debilidad y miedo: lo hace calculadamente. Forma parte de un proceso frío y calculador que hay nosotros. 

Anoche el importuno Judas, soltó una importunidad que pretendía quitar grandeza al bello gesto de María. Un síntoma. Pero también ayer, el evangelista San Juan añadía otro: Judas “era un ladrón; y como tenía la bolsa, se llevaba de lo que iban echando”. Vamos, la prendita que era.

La palabra de hoy nos revela dos síntomas que indican si nosotros como Judas tenemos la enfermedad como Judas, que se manifiesta definitivamente en la Última Cena, en el momento más dramático: Judas lleva tiempo siendo como una piedra de río. 

Ha compartido tres años de vida pública con el Maestro, inicialmente con gran entusiasmo. Él se ha empapado de su cercanía, de los grandes milagros, de las sabrosas enseñanzas públicas y, sobre todo, las privadas que hacía a sus más allegados. Seguramente tampoco dedicó mucho a la intimidad con Él. 

Al menos yo le veo como el apóstol más escurridizo a la hora de hablar con Jesús de tú a tú. Su distanciamiento le haría cada vez más esquivo. En estas últimas semanas, Judas ya no está con Jesús: le acompaña por fuera, pero su corazón está ido. La ilusión del inicio se ha convertido en una apatía, en una decepción.

Cuando una persona traiciona su vocación, cuántas veces nos preguntamos qué habrá pasado para que haya acabado así: un sacerdote, una consagrada, el matrimonio o un compromiso de vida que iniciaron su recorrido con inmensa ilusión y aparentemente con una promesa de solidez. ¡¿Qué ha fallado?! 

Con todo respeto, la traición al Amor suele estar en el origen de muchas de esos abandonos. 

La traición no se da de un día para otro. Es un descuido, una omisión, un mal apego, día a día, aparentemente sin consecuencias. Y un día miras para atrás y te das cuenta que has perdido el camino. 

El corazón humano es increíblemente complejo y tantas veces incomprensible e incomprendido. Por eso el pecado nos hunde en el abismo, la confusión, el vacío, la nada. Y por eso, un corazón que traiciona el Amor, es un corazón infinitamente sufriente: no deja de tener una sed que la traición nunca llena. ¿Cambiarlo por 30 monedas de plata? ¡Venga ya!

Pero lo que más nos tiene que doler hoy es el Judas que llevamos dentro, que a veces le dejamos llevar el timón de algunas de nuestras decisiones. Y él siempre da la orden de echar el ancla, que impide navegar hacia donde Dios quiere. 

Es el calculador y frío engaño del pecado con que compramos la felicidad a precio de 30 monedas… vendiendo el tesoro escondido, la perla de gran valor, la vid verdadera, el pastor de nuestras almas, el templo de Dios, ¡el Amor de los amores!

Y tras la traición de Judas, Jesús afirma: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre». Va a triunfar el Amor, pero ¡a qué precio!  El precio de redimir nuestro pecado, nuestro corazón de Judas que cambia el paraíso por un plato de lentejas. 

Por eso, estos días son días para sopesar qué significa en su cruda realidad nuestro propio pecado. 

Pensándolo bien, la misericordia se ha convertido en el mayor sinsentido de la historia: y surge una pregunta al Señor: ¿No te has equivocado, ¿Señor, al perdonarnos siempre? ¿Cómo puedes sacar gloria a través de una traición tan calamitosa?

Hermanos, hoy la figura de Judas es una advertencia a todos: cuántas veces expresamos “yo amo a Jesús con todas mis fuerzas”. Cuidado porque, precisamente, esas fuerzas te pueden perder, porque te fías de ellas y te crees capaz de llegar, movido por tu amor, hasta el final del camino.

Quizá hubiera cambiado la vida de Pedro si, en aquel momento, en lugar de jurar que daría la vida por Cristo, se hubiese arrodillado: «¡Señor, no puedo! Concédeme la gracia de seguirte». Y quizá cambie tu vida si, en lugar de formular propósitos que nunca cumples, te postras en estos días ante el Crucifijo, te vuelves dócil, y te dejas levantar. Y le pides que te conceda la gracia de seguirlo y no traicionarlo.

Hoy quiero pedirles de todo corazón en el nombre de Santa María La Antigua y de su Divino Hijo que no se olviden de sus viejos en el sentido más amoroso y coloquial. De esos que los jóvenes nos llaman tíos y tías. – Y no nos comamos el cuento que cuando nos llaman así con cariño no lo ponemos en duda, lo que nos están diciendo es viejo. Esos viejos o adultos mayores de los que el Papa Francisco los define como: «La sabiduría del tiempo”. 

Hoy, con esta pandemia, ellos son parte de los más vulnerables, pero hay algo que nos fortalece a todos y se llama amor. Esa veneración y atención para esos tan invisibilizados de siempre, y que dentro de nuestra justicia social están fuera muchos, en hogares y asilos, otros en sus casas. 

En el último censo nos habla de unas 370,000 personas mayores de 60 años. ¿Cuántos de ellos tienen enfermedades crónicas que los hacen presa fácil del coronavirus?

Pensemos hoy que, no solo en sus enfermedades físicas y en el riesgo de infectarse del coronavirus, ellos tienen otro riesgo mayor, el riesgo emocional que se acentúa cuando no cuentan con el cariño y la atención familiar, y los exponemos al contagio, algunos incluso abusan y utilizan su fondo económico que siempre es débil.  

Pensemos hoy también en los adultos mayores que pernoctan en las calles porque están abandonados, y qué decir de los bancos y financieras. 

Por eso la justicia social para el adulto mayor es básica, en un país que vive de cara a Dios.

Hoy más que nunca necesitamos de una alianza entre los ancianos y los jóvenes. Porque estoy convencido que: “Solo si nuestros abuelos tienen el coraje de soñar y nuestros jóvenes profetizan grandes cosas, nuestra sociedad irá adelante”. ¡“Necesitamos abuelos soñadores!”, pues son ellos – – “quienes inspirarán a los jóvenes a avanzar con la creatividad de la profecía. 

Hoy los jóvenes necesitan los sueños de los ancianos para tener esperanza, para tener un mañana”. En esta línea, el Papa dice una gran verdad: cuando a los jóvenes el futuro les genera «ansiedad, inseguridad, desconfianza y miedo», sólo el testimonio de los ancianos soñadores «les ayudará a mirar hacia el horizonte y hacia arriba, a ver las estrellas».

¿Qué pueden enseñar los abuelos a los jóvenes? 

Frente a los jóvenes de hoy que se sienten «héroes del presente», llenos de ambiciones e inseguridades, los abuelos pueden recordarles «que una vida sin amor es una vida seca». 

También podemos ayudar a aquellos jóvenes que se presentan «temerosos» explicándoles que «la angustia del futuro puede vencerse», y a los que están «demasiado enamorados de sí mismos», los abuelos pueden enseñarles – concluye el Papa – «que hay más alegría en dar que en recibir y que el amor no sólo se demuestra con palabras, sino con acciones».

Recordemos a nuestros adultos mayores que han dejado huellas y nos conducen a la victoria en unidad, a convertir el quédate en casa a ¡QUEDATE EN TU HOGAR!… Un hogar en donde se puedan quedar porque se convive con aquellos que nos aman. 

¡Querido abuelo y abuela no seas terquito, déjate querer, ya lo tuyo no es estar haciendo cosas, es tiempo que disfrutes de los frutos que has sembrado!

Recordémoslo y digámoslo juntos: Tener un lugar a donde ir, se llama hogar. Tener personas a quien amar, se llama familia, y tener ambas se llama Bendición. Quedemos en nuestro HOGAR. 

Una palabra, una llamada es un sonido musical, que trae salud emocional. A ver: hijos, nietos, sobrinos, no olvidarse de «no me desprecien cuando ya sea viejo, no me abandones cuando ya no tenga fuerzas».

En la vida hay caídas: porque cada uno de nosotros somos pecadores y podemos caer, y hemos caído. 

 Lo que importa es la actitud ante el Dios que me eligió, que me ungió como siervo; es la actitud de un pecador que es capaz de pedir perdón, como Pedro, que jura: ‘no, nunca te negaré, Señor, nunca, nunca, nunca’, pero luego, cuando el gallo canta, llora. Se arrepiente. Este es el camino del siervo: cuando resbala, cuando cae, pide perdón”.

Hoy, y ningún otro día, no es día de juzgarnos o condenar a Judas. Hoy, es día de poner nuestra barba en remojo (como siempre debemos hacer a cada día), poner nuestro corazón en el lugar que él necesita estar, para reflexionar el cuánto permitimos al misterio de la iniquidad engañarnos. 

Pidamos hoy “la gracia de perseverar en el servicio. A veces con resbalones, caídas, pero la gracia de al menos llorar como Pedro lloró”.

Recuerdo especial al Personal sanitario en su día.

PANAMÁ, acatemos las normas que nuestras autoridades han implementado. Por ti, por los tuyos por Panamá -Quédate en casa.

  JOSÉ DOMINGO ULLOA MENDIETA, O.S.A.

ARZOBISPO METROPOLITANO DE PANAMÁ