Ayer como hoy, es cuestionada la coherencia de fe de nosotros los cristianos, más bien nuestra práctica de vida cristiana está llena de contradicciones.
Por Fray Miguel Ángel Ciaurriz OAR
Le atribuyen a Mahatma Gandi, conocido como el apóstol de la no violencia activa, que con su estrategia logró la liberación e independencia de La India, haber dicho “me gusta el Cristo de los cristianos, pero no me gustan los cristianos”. Debe ser verdad que lo dijo él porque hace ya muchos años que la leí como proveniente de él en distintos lugares. En todo caso, lo que dijo, lo dijo porque en los cristianos creyentes en Jesús de Nazaret no veía coherencia entre las verdades de su fe emanadas del evangelio del Nazareno, y la vida que profesaban y confesaban con sus actos, que le parecían tan llenos de contradicciones.
Y en estos días leía una frase que me recordé la de Gandhi y que se me quedó rondando la mente, y creo que también el corazón: “Si no vives como piensas acabarás pensando como vives”.
Tanto lo que se atribuye a Gandhi, como este último pensamiento nos hablan de la importancia de la coherencia. Si no vivimos de acuerdo a los valores y principios, que dan sentido a nuestra vida y a nuestra fe es probable que nuestra forma de vida termine influenciando nuestra forma de pensar y que esos principios, que son tan fundamentales para nosotros, pasen a la periferia nuestras preferencias y se diluyan.
En otras palabras, si nuestras vivencias no están alineadas con lo que realmente pensamos o deseamos, eventualmente empezaremos a justificar nuestras contradicciones y, casi sin darnos cuenta, nuestra mentalidad cambiará y se acomodará a la nueva situación.
Importa, y mucho, vivir de manera auténtica y coherente con lo que creemos, con lo esencial de nuestra fe, para evitar que la rutina o las circunstancias nos hagan perder el rumbo y cada vez sintamos que en el seguimiento como creyentes Jesús nos va quedando cada vez más lejos.
Si por algo, entre la enorme cantidad de gente que le seguía, se destacó Jesús fue por su coherencia. Su vida era una constancia práctica de lo que eran sus enseñanzas. No había separación, ni mucho menos contradicción entre lo que decía, lo que hacía y cómo vivía.

Por esta coherencia era creíble y por eso la gente decía, aunque no era formalmente una autoridad constituida como lo eran los maestros de ley, sacerdotes, etc., que hablaba como quien sí tenía autoridad. Y esta coherencia es una de las razones por las cuales sus enseñanzas siguen siendo tan influyentes hasta el día de hoy.
Si los que creemos en Jesús y nos llamamos cristianos fuéramos igual de coherentes que el Maestro al que seguimos, hasta Gandhi, diría que, además de gustarle el Cristo de los cristianos, le gustamos también los que cristianos nos llamamos.
En todo caso, ser hoy coherentes es nadar contar corriente en este mundo nuestro lleno de contradicciones.