Dentro de la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud, el Papa Francisco ofició la solemne Eucaristía de bendición de la Catedral restaurada y consagración de su altar, el sábado 26 de enero de 2019.
Con su acostumbrado lenguaje llano y sentido del humor, Francisco felicitó al Arzobispo de Panamá por haber termina-do el tiempo de su “viudez”. Se refería por supuesto al tiempo (del 2011 al 2019) en que no pudo contar con su “esposa” para predicar, celebrar la Eucaristía y los demás sacramentos. Porque en la tradición cristiana el Obispo es considerado esposo de su Iglesia Diocesana, y las celebraciones del Pastor en la Iglesia catedral son en la práctica el símbolo principal de ese “matrimonio”.
Todo ello tiene un hondo significado espiritual. Ya en el Antiguo Testamento, especialmente en el profeta Oseas, la relación de Yahvé Dios con el pueblo elegido, Israel, se expresaba con la imagen de una alianza conyugal, en la que el Señor permanece siempre fiel y lleno de amor a pesar de los pecados del pueblo.
La misma imagen (“casarse con la Iglesia”, en el lenguaje popular) ha sido siempre ampliamente utilizada para referirse a la relación entre los pastores y la comunidad cristiana, especialmente entre el obispo y su diócesis. Y la Iglesia de la que el obispo es titular se llama por eso “Catedral”: cátedra significa silla, y en la Iglesia catedral tiene su sede pastoral el Obispo; desde allí enseña, ora, dirige al pueblo y le sirve con amor, como un buen esposo a su esposa.
La Catedral de Panamá fue ya consagra-da en 1796. En esta ocasión, después de ser restaurada, el Papa la bendijo y consagró el nuevo altar, en una ceremonia sencilla pero llena también de contenido espiritual. Tres signos principales fueron el centro de la celebración: el óleo, el incienso y la luz.
Crisma es a palabra griega que significa aceite, crismación significa ungir con aceite y cristo significa ungido. El altar es por eso ungido con óleo consagrado porque se dedica a celebrar la Eucaristía y porque es imagen del mismo Cristo, que en él se ofrece por la salvació23456789v \467tar en mayor cantidad que en ninguna otra celebración, es símbolo de la oración del pueblo, que en la celebración litúrgica se eleva hasta el cielo.
Y la luz, en las velas encendidas, son igualmente símbolo del mismo Jesucristo, luz del mundo, y de la luz de la fe que ilumina desde la Palabra y la liturgia a la comunidad cristiana, convocada en la Catedral y presidida por su Pastor.
En los primeros siglos, la Eucaristía dominical se celebraba únicamente en la Catedral, presidida por el Obispo, acompañado por todos los presbíteros y demás ministros, con asistencia y participación de todo el pueblo de Dios. Al crecer las comunidades debieron multiplicarse las celebraciones eucarísticas, pero eso no puede romper la comunión en cada Iglesia local. Es bueno por eso que en las fiestas litúrgicas principales y en algunas ocasiones (como la Cita eucarística) haya menos “misas” y se privilegie la solemne celebración presidida por el Obispo en su catedral.
La ocasión es propicia, así, para renovar nuestra espiritualidad, crecer en comunión, entender el sentido de la Iglesia local y la pastoral de conjunto, valor la liturgia, venerar la Catedral y su patrona, Santa Ma-ría La Antigua. Y respetar los templos, aún sabiendo que el centro de nuestra fe no es el templo, como en el Antiguo Testamento, sino Jesucristo resucitado. Él es nuestro templo, sacerdote y altar. Él nos enseña a adorar a Dios en cualquier parte “en espíritu y en verdad”. Y Él nos hace a todos templos de Dios y nos enseña por eso a amar a todas las personas y respetar su dignidad.