En la unidad de la fe, de la esperanza y la caridad

En la unidad de la fe, de la esperanza y la caridad

Como enseña el Concilio Vaticano II, por “movimiento ecuménico” se entienden por las actividades y las iniciativas que, según las diversas necesidades de la Iglesia y las circunstancias actuales, se promueven y se ordenan a favorecer la unidad de los cristianos.

Desde su elección el Papa Francisco ha mostrado una actitud de apertura hacia el diálogo con otras confesiones. Nos ha insistido para que los cristianos trabajemos juntos. “El camino es simple, se hace con la oración y con la ayuda de los otros. Todos juntos debemos ayudar para ejercer la caridad hacia el prójimo, esto es ecumenismo. Esta es ya la unidad en camino con Jesús”.

El Centro de Orientación y Atención Integral San Juan Pablo II desde su apertura ha visto como una fortaleza el diálogo sincero y fraterno con hermanos de otras confesiones, con el único objetivo de rescatar a tantos hombres y mujeres que viven en situación de calle, con problemas de alcoholismo y adicción a las drogas.

Ariel López, director del Centro señala que un 85% de las personas que son atendidas en los diferente s programas pertenecen a otras religiones, un 4% afirman ser ateos y el 11% restante católicos. Cuando se trata del amor hacia el prójimo, para el discípulo de Cristo no existen barreras.

Dijo Jesús: “Si aman a los que los aman, ¿qué premio merecen? ¿No hacen lo mismo también los paganos?” Mt 5, 46.

“Estamos abiertos a la posibilidad de unir esfuerzos para seguir luchando por nuestra juventud, hemos atendido a varios pastores de Iglesias evangélicas que piden apoyo para internar a alguien que desea entrar al programa de des-intoxicación y con gusto les hemos atendido”, afirmó López.

Nuestra Iglesia es universal y misionera, cuenta con la asistencia del Espíritu Santo, que continuamente la hace salir de sí misma al encuentro de los hermanos y hablar las lenguas del mundo entero para comunicar a todos la alegría del Señor Resucitado. La fe, en lugar de dividir, debe ser un estímulo más para superarnos como seres humanos y luchar en favor de las grandes causas de la humanidad.

Como miembros de la Iglesia, todos somos responsables de su misión: la salvación de todos los hombres, y, por tanto, no podemos permanecer indiferentes o ajenos a la suerte de nuestros hermanos.