Son guías que transmiten cercanía con Dios, enseñan con gestos sencillos y cuidan el corazón espiritual de sus generaciones.
Por Frank Suárez / @franksosterapias
En el hogar, los abuelos ocupan un lugar privilegiado como portadores de sabiduría; nos enseñan a discernir antes de tomar decisiones, son referentes de amor al brindar protección y un refugio seguro cuando los padres no están.
Su presencia enriquece la vida de los nietos y cumple una misión fundamental en la transmisión de los valores cristianos. Ellos fortalecen esa vinculación con la comunidad, la fe familiar, esa relación íntima con el Creador.
Las Sagradas Escrituras resaltan la importancia de transmitir la fe de generación en generación. En el libro de Deuteronomio (Dt 4:9), Dios instruye a Moisés: “enseñarás a tus hijos y a los hijos de tus hijos”.
Este pasaje recuerda que educar en la fe es responsabilidad de toda la familia, especialmente de los abuelos, quienes con su experiencia se convierten en maestros ideales de la moral cristiana.
Fuente de sabiduría
Vivimos en un mundo donde las influencias externas son múltiples y variadas, y no siempre confiables ni saludables.
En contraste, los abuelos representan un pilar estable, cuyas enseñanzas están respaldadas por la experiencia y la trayectoria histórica.
Además, muestran cómo Dios ha actuado a lo largo de sus vidas, razón por la que hoy conservan una fe sólida, vivida con celo y alegría.
Reflejos del afecto divino

Su papel en la transmisión de valores cristianos mantiene viva la tradición, fortaleciendo la identidad espiritual de las nuevas generaciones. Nos enseñan a acercarnos a los sacramentos, a encomendar al Espíritu Santo el inicio, desarrollo y cierre de nuestros proyectos, y a orar con gratitud por la vida o por los dones recibidos diariamente.
En muchas ocasiones, el trato de unos abuelos amorosos refleja el amor de Dios encarnado. Ellos escuchan, orientan, consienten, perdonan, ofrecen nuevas oportunidades y reponen afecto donde a veces falta.
Merecedores de atención
Nuestros abuelos atraviesan una etapa compleja, en la que pueden perder, progresivamente, habilidades cognitivas, motoras, de lenguaje e independencia.
Por ello, requieren atención especial. Así como ellos nos han legado un tesoro invaluable, resulta justo corresponder a sus necesidades, atender sus peticiones, acompañándolos con cariño y respeto.
