Fue la elegida no por grandezas humanas, sino por la pequeñez de su corazón.
Por Monseñor José Domingo Ulloa.
Al iniciar esta novena en honor a Santa María de la Antigua, Patrona de la Iglesia panameña y de la República de Panamá, quiero invitarles a contemplar el signo de la humildad, presente en el Evangelio y en nuestra propia historia. Jesús nos enseña: “El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Lc 14,11).
María fue elegida no por grandezas humanas, sino por la sencillez de su corazón. De igual modo, Panamá, tierra humilde en el Darién, fue escogida como el lugar donde se erigió la primera diócesis del continente en 1513, mediante la bula Pastoralis Officii Debitum del Papa León X. Lo pequeño y periférico se convirtió en semilla grande para toda América.
La devoción a la Virgen, bajo la advocación de Santa María de la Antigua, llegó en 1501 desde Sevilla. Desde entonces, su presencia maternal nos recuerda que la Iglesia no se funda en honores humanos, sino en la gracia gratuita de Dios.
La Antigua es madre, protectora y pedagoga de la fe, que camina con su pueblo en medio de su fragilidad.
El Magníficat de María sigue siendo un programa de vida: derribar la soberbia, enaltecer a los humildes, saciar a los hambrientos.
Este canto es hoy una invitación a nuestro país: “Tenemos un compromiso real: la construcción de una patria reconciliada y fraterna”.
Panamá está llamado a ser un lugar donde nadie quede excluido, donde los últimos sean reconocidos como primeros y donde el servicio sea la verdadera grandeza.
Que la Virgen de la Antigua nos ayude a caminar en esa dirección. Que nos enseñe a vivir con humildad, confiados en que Dios sigue eligiendo lo pequeño para hacerlo grande.
