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Semilla de esperanza en tiempos de desconcierto

Semilla de esperanza en tiempos de desconcierto

En un mundo donde la competencia y la búsqueda constante de lo material marcan el paso, la familia sigue siendo un pilar fundamental para fomentar la humanidad desde el amor, la unidad y el propósito.

 

Por Frank Suárez / @franksosterapias

En la actualidad, vivimos en un mundo cada vez más interconectado, donde la tecnología y el acceso a la información parecen ofrecernos más comodidades que nunca.

Sin embargo, a veces lo exterior, lo material y lo inmediato se presentan como una vía más atractiva que los valores que la familia puede ofrecer, llegando a ser percibidos como menos excitantes o “aburridos”.

Para nadie es un secreto que la familia se halla sumergida en un entorno social que muestra un sistema aparentemente “inofensivo”, pero que enmascara y fomenta la comparación, la envidia, la competencia desenfrenada y el culto al “tener”.

Este es un camino en el que a diario las familias actuales enfrentan y que lejos de conducirnos a la paz nos lleva a un vacío existencial, a una deshumanización de la vida sin servicio, sin solidaridad y sin amor al prójimo, experiencias que nos alejan de la experiencia de Dios.

 

La comparación, fuente de malestar

Este estereotipo social nos enseña a ver en la comparación con otros, una manera de darle sentido a lo que hacemos, caemos con facilidad en la comparación desde el poder adquisitivo, nos comparamos entre familias, intentamos sostener un modelo económico que nos permita clasificar y pertenecer al estatus escolar o familiar en el que se encuentran nuestros hijos, para que ellos no se sientan discriminados o desplazados.

Como nos advierte el Evangelio, “Si alguna vez se sienten tentados por la envidia o el afán de reconocimiento, recuerden que los bienes verdaderos son aquellos que no se ven: el amor, la paz, la bondad”, (Lucas 12:15).

Por eso, cuando esta “igualación social” no se sostiene, automáticamente genera un sentimiento de insuficiencia, como si nuestras vidas no fuesen valiosas.

Este malestar emocional da lugar a la envidia, un pecado que no solo afecta nuestra paz interior, sino que también corrompe nuestra relación con los demás, ya que, en lugar de ver al prójimo como alguien con quien compartir nuestras bendiciones y dones, aprendemos a verlos como una competencia a la que debemos superar o desplazar.

 

La dicotomía en la sociedad actual

Este modelo social promueve la imagen de una sociedad de familias dicotomizadas: entre quienes económicamente pueden y tienen poder, y entre quienes no pueden económicamente y deben someterse.

Se promociona hacia los hijos la idea falaz de que la felicidad se encuentra en aquellas familias poseedoras de lo material: ropa de marca, autos de lujo, casas grandes, y una vida de confort sin fin; y, en consecuencia, el mensaje desde el núcleo familiar hacia los hijos es claro: tener más es igual a ser más feliz.

 

Un modelo inclusivo para el futuro

Emerge pues, la difícil tarea de los padres en promover dentro de sus grupos familiares el cultivo de un modelo más inclusivo y menos discriminatorio, que sea reflejo del hogar de Nazareth, desde adentro hacia afuera, de manera que sus hijos, al diseñar y consolidar también a futuro sus nuevas familias, hereden la visión positiva de un mundo más humano.

Todo esto convierte a la familia en un agente de contradicción en la sociedad actual, así como respondió Jesús a todas las adversidades, en su propio tiempo y en medio de su pueblo.

 

El desafío de las familias

La sociedad de hoy ofrece a las jóvenes familias que se levantan, un camino lleno de tentaciones que nos persuade a ser envueltos en las seducciones efímeras que conducen a una cíclica infelicidad e insatisfacción, por ello el incremento de jóvenes, adultos y familias que “viven en la atmósfera del sin sentido”.

Devolverle el sentido real evangélico, va a requerir que las parejas consoliden a la luz de su unión con Cristo, la verdadera guía para conducir con sabiduría sus hogares, sembrando en sus hijos los valores que permitan integrar en la aceptación incondicional a cualquier ser humano sin discriminación, ya sea por dinero, raza u otra razón.