La Epifanía del Señor nos llama a ser discípulos y testigos suyos en la misión nuestra de cada día. La Navidad y su prolongación con la Epifanía es tiempo urgente e inexcusable para la misión evangelizadora y el anuncio de Jesucristo. Y ejemplo y modelo de esta actitud misionera son los Magos de Oriente, que aunque miraban y observaban los cielos, al ver salir una estrella que brillaba con especial fulgor y resplandor, siguieron su rastro hasta descubrir el nacimiento del Rey de los Judíos.
Este relato de los Magos está lleno de simbolismos que nos interpelan sobre el sentido y el reto de la misión evangelizadora: personajes provenientes de países lejanos y distintos, para que todos los pueblos, y no sólo el de Israel, puedan caminar a la luz del Señor; la atenta observación y escucha de los signos de Dios; el ponerse en camino para descubrir la verdad; la perseverancia hasta llegar a la meta; los sentimientos y actitudes de alegría al lograrlo; la actitud de adoración y de ofrenda ante Dios y el regresar por otro camino -es decir transformados- después del encuentro con el Señor.
La misión que Jesús realizó y encomendó a la Iglesia no tiene fronteras. El Salvador del mundo se presentó a sí mismo como enviado por el Espíritu para proclamar la buena noticia a todos y para dar la vida en rescate por muchos. Él mismo, a su vez, envió a sus discípulos para que llevaran el anuncio del Reino a todas las naciones, hasta los confines de la tierra, invitando a la conversión. Es pues una misión con dimensión universalista, como los Magos. Hoy, el mandato misionero sigue siendo de apertura universal y no se reduce a naciones ni comunidades locales, sino que abarca ámbitos sociológicos y culturales, además del geográfico.