Acojamos a Jesús, no solo como Rey por un día, sino como Señor en nuestra existencia.
Por Mons. José Domingo Ulloa/Arzobispo de Panamá.
A lo largo de la historia, el ramo bendecido ha sido signo de esperanza y fe. Con él conmemoramos la entrada de Jesús en Jerusalén, aclamado por la multitud como el Mesías. Cada año revivimos ese momento, cantando y portando nuestros ramos, pero también nos enfrentamos al desafío de acoger verdaderamente a Cristo en nuestra vida.
Este acto simboliza la humildad y la paz, contrastando con las expectativas de un líder político o militar.
Jesús eligió un pollino (burro), un animal humilde, en lugar de un brioso corcel, mostrando que su reino no era de este mundo.
El Señor no vino a cumplir nuestras expectativas de éxito o poder. Su misión es salvarnos, amando hasta el extremo, incluso en medio de la contradicción, del rechazo y del sufrimiento. Asumió la cruz, para cumplir la voluntad del Padre, y ganarnos el bien más profundo: la salvación.
Este Domingo de Ramos, no nos podemos quedar mirando desde lejos la “entrada triunfal”, se requiere unir el camino del triunfo con el compromiso serio de una cruz y una muerte que se sostienen en la esperanza de la Resurrección y la vida nueva.