Dos padres de familia encuentran en el Hogar San José de las Misioneras de la Caridad un camino firme hacia la fe
por: Marianne Colmenárez
En El Valle de San Isidro, dos hombres han encontrado mucho más que una ocupación o un compromiso social. El Señor dispuso que Carlos y León se cruzaran con las Misioneras de la Caridad, y luego con el Hogar San José, una obra que ha transformado sus vidas y las de sus familias.
No son parientes ni amigos cercanos, pero comparten una misma fe renovada y un llamado común: servir a los más necesitados.
Carlos Darío González tiene 50 años, es conductor del busito que moviliza a las hermanas, niños y adultos mayores del hogar.
Su jornada se inicia al amanecer, entre citas médicas y diligencias que no dan tregua, pero que llenan completamente su corazón.
“Mi fe se ha acrecentado muchísimo desde que laboro en este lugar. Antes, apenas iba a misa, ahora no falto. Estoy más cercano a Dios, compartiendo con las religiosas y necesitados”, expresó con convicción.
Un encuentro con Jesús y su Palabra puede renovar no solo corazones, sino hogares enteros.
Casado desde hace 14 años, padre de dos hijos, Carlos ha sido testigo del impacto que este acercamiento ha tenido también en su hogar.
Su hijo mayor, Joseph, participa activamente en el Movimiento Tengo Sed, y su esposa Eduvigis se está formando como laica comprometida de las Misioneras de la Caridad.
“Yo solo pido que mis hijos sean personas de bien, que ayuden al que lo necesite, y que nunca les falte el amor y respeto a Dios”, dijo con emoción.
Se considera un padre presente, que prefiere el diálogo a la imposición, y que aprendió de su propio padre a transmitir valores y fe.
“La mayoría de los papás estamos muy ocupados en cubrir las necesidades económicas, pero aquí entendí que lo espiritual también es urgente y vital”, destacó Carlos.
Un hogar fortalecido
León Gonzalez, de 47 años, ha recorrido un camino distinto, pero con un destino parecido en cuanto a la transformación de su fe.
Está casado por la Iglesia, desde hace ocho años, con María Concepción y es padre de diez hijos, todos bajo el mismo techo.
Su historia de conversión comenzó gracias a las misioneras, cuando vivían en Emberá, en El Valle de Urracá, y se consolidó en el Hogar San José, donde su esposa colabora activamente.
León, con la mayoría de sus hijos, antes de la Eucaristía, un ejemplo de fe familiar.
“Tengo 25 años con mi esposa, pero gracias a la evangelización de las misioneras, decidimos santificar nuestro hogar”, afirmó.
Toda su familia participa en la vida parroquial, fruto de un proceso de conversión que inició gracias a las visitas que realizaban las religiosas. Tres de sus hijos sirven como monaguillos y la mayoría han sido miembros activos del Movimiento Tengo Sed.
Su salud no le impide mantener firme su compromiso con Dios, tres veces por semana va al hospital para su tratamiento de diálisis.
“Antes era demasiado estricto, ahora escucho más. He mejorado como esposo y como papá. Hacemos el santo rosario en familia, vamos a misa, y leo diariamente las Sagradas Escrituras. Aunque me cuesta creerlo, me dicen que soy un ejemplo… yo solo intento seguir el camino de Dios”, afirmó León.
Este Día del Padre, Carlos Darío y León no esperan regalos ni reconocimientos. Su alegría está en el servicio y en la paz que reina en sus hogares. Ambos coinciden en creer que ser padre no es solo proveer, es también guiar, amar y crecer junto a quienes se ama, desde la guía de Dios.