Fieles a su carisma de amor y hospitalidad, las religiosas acompañan a niños, jóvenes y enfermos en comunidades y parroquias. El próximo 26 de julio celebrarán a sus santos patronos Santa Ana y San Joaquín.
Por Marianne Colmenárez
La caridad universal hecha hospitalidad, la humildad y el heroísmo diario nos caracteriza”, aseguró la hermana Carmen Lorena Calderón, superiora de la comunidad en Aguadulce, en la provincia de Coclé. Allí, las Hermanas de la Caridad de Santa Ana mantienen viva su misión al servicio de los más vulnerables.
Desde el Centro Apostólico Juan Bonal, ubicado en el barrio San Roque, las religiosas apoyan directamente a la parroquia San Juan Bautista de Aguadulce y a treinta y dos comunidades.
“Cada vez que nos llaman para servir, allí estamos”, expresó la hermana Carmen, quien suma treinta y cuatro años de vida consagrada y es la única panameña en esta misión.
El trabajo con la Infancia Misionera, liderado por la hermana Olga Arias, forma parte esencial de su apostolado. Los niños reciben formación integral, acompañamiento espiritual y alimentación. También participan en actividades junto a sus padres en distintas comunidades.
El centro cuenta con un salón amplio donde se reúnen grupos de la parroquia, especialmente jóvenes que se preparan para la confirmación.

Un legado construido en la sencillez del servicio
Procedentes de Costa Rica, su primera misión en Panamá estuvo centrada en la atención hospitalaria y el servicio pastoral, especialmente en el Hospital San Fernando, en la ciudad de Panamá. El 30 de agosto de 1974, las hermanas extendieron su labor a Aguadulce.

Su presencia pastoral tomó fuerza al consolidarse bajo el nombre de Centro Apostólico Juan Bonal. Desde mayo de 2004 hasta hoy, la labor se ha extendido al acompañamiento de la Pastoral de la Salud, la Infancia Misionera y la Catequesis Familiar.
Mientras visitaban el antiguo Hospital Marcos Robles de Aguadulce, vieron la necesidad de crear un lugar digno para los familiares de enfermos que venían de comunidades lejanas. Así nació el albergue Betania, actualmente coordinado por laicos, bajo la formación y espíritu de la congregación.
“Todos los días, personas de las regiones más apartadas del país llegan al hospital Rafael Estévez y encuentran en Betania un lugar donde hospedarse”, manifestó la religiosa.
La congregación nace en Zaragoza, España, en 1804, cuando un grupo de doce mujeres cuya superiora era la Madre María Ràfols, llegan acompañadas por el padre Juan Bonal y doce hombres más, para atender el Hospital Real y General de Nuestra Señora de Gracia.
Una misión que se multiplica
Las seis hermanas que sirven en Panamá mantienen su acción misionera en diferentes frentes.
Cuatro de ellas, María de los Ángeles Garita, Olga Arias, Eda Madriz y Cecilia Alvarado son costarricenses. La hermana Carmen Lorena, de Santiago de Veraguas, es la única panameña de esta comunidad. Hay otra panameña, Onilda Morales, que sirve actualmente en Colombia.
Además de su labor en Coclé, las religiosas colaboran con obras de misericordia en la Arquidiócesis de Panamá. Visitan el Centro San Juan Pablo II, el Hogar Buen Samaritano y acompañan a parroquias, como la Ascensión del Señor en Las Mañanitas.

El próximo 26 de julio celebrarán a sus santos patronos, Santa Ana y San Joaquín, padres de la Virgen María y patronos de los abuelos. “Acompañaremos a la comunidad de Salitrosa, celebrarán también los cien años de devoción a estos santos”, dijo la hermana Carmen.
Una joven que responde el llamado de Dios
Yovelis Machasen, una joven colonense de veinte años, representa la nueva generación que encuentra inspiración en el testimonio de las hermanas.

Desde los catorce años, activa en su parroquia San Francisco Javier de Colón y miembro del grupo juvenil Pandilleros de Cristo, Yovelis ha sentido, desde hace mucho tiempo, inquietud por la vida religiosa.
“Yo misma venía buscando hacer mi proceso vocacional”, comentó. Su encuentro con las Hermanas de la Caridad de Santa Ana se dio en el Encuentro Nacional de Renovación Juvenil de Chitré, en enero pasado. Allí escuchó una charla que la animó a no postergar el llamado de Dios.
“Cuando uno siente el llamado no debe decir: cuando termine de estudiar o cuando sea mayor”, aseguró. Desde que recibió una volante, estableció contacto con la hermana Eda y hoy vive en la residencia que las religiosas tienen en Altos del Chase, sin tener que viajar diariamente a Colón.
Mientras vive esta etapa de discernimiento, las hermanas le permiten terminar su carrera profesional, pues estudia topografía y trabaja en un call center.
Para acompañamiento vocacional o sumarte a sus programas, escribe al WhatsApp 6590-1607.
Su experiencia de fe se ha fortalecido gracias a la convivencia con la comunidad religiosa. Aunque sus padres aún no comparten su decisión y pocos amigos conocen su camino, Yovelis sigue adelante. Ha participado en talleres de reconciliación y formación espiritual y siente que esta etapa es una respuesta voluntaria al amor y la misericordia de Dios.
“Me gustaría dedicar más tiempo a servir a quienes sufren. Aquí veo que las hermanas no solo ayudan a los enfermos del cuerpo, sino también del alma”, expresó convencida de lo vivido.
