¿Adeptos o seguidores?

¿Adeptos o seguidores?

Los católicos parece que nos contentamos con ganar adeptos.  Personas que cumplen estrictamente con lo mandado: mandamientos, rituales, devociones, alguna obra de caridad para contentar el alma. Debemos escuchar y hacer valer esas palabras de Jesús que han quedado resonando en la historia: “ven y sígueme”. El Reino no necesita adeptos, necesita seguidores. Con solo ganar adeptos la Iglesia Católica terminaría por ser una más el montón.  No seríamos ni la sal ni la levadura transformadora, fundamento de un “pueblo” en camino a su liberación. “Pueblo”, pueblo con una pasión compartida que no conoce  fronteras.

El  “seguimiento de Cristo” no se menciona en los sermones o si se menciona, no se dice en qué consiste y si se dice, es con expresiones vagas que no significan nada. Deberían ponernos en contacto con la realidad alternativa de ser libres para amar.  El seguimiento de Cristo debe ponernos frente a la alternativa de un modo de ser diferente de juzgar, de actuar, sin estar limitados por el apego al yo y a la seguridad  de las cosas.  No hemos entendido aún que el Dios de Israel salió del templo y se estableció en el corazón del hombre, del niño, del pobre, del que sufre. Que es allí donde lo encontraremos: “porque tuve hambre y me diste de comer…” 

Debemos cambiar nuestra forma de buscar la verdad, debemos comenzar por escuchar con atención el grito de los pobres, de los que sufren y de allí ascender al seguimiento de Cristo, a nuestros dogmas de fe, a nuestras devociones, a la práctica de los sacramentos. Con esa mirada, todo parecerá diferente: nuestra fe se enriquecerá y nuestras relaciones y actitudes adquirirán un nuevo sentido. “Brille así su luz delante de los hombres, para que vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre que está en los cielos”. A si habremos comenzado  la revolución del Reino.