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Ana de Forero cumplió 101 años… “Sigo aquí para ser testigo de su amor”

Ana de Forero cumplió 101 años… “Sigo aquí para ser testigo de su amor”

Integró la primera comunidad del Camino Neocatecumenal de la parroquia San Juan Bautista de La Salle y Santa Mónica en Río Abajo. Con orgullo afirma ser la abuela más querida de los niños de catequesis de su época. 

 

Por Marianne Colmenárez

De risa sincera, voz firme, con vista, oído y memoria envidiables, Ana Delmira relata la historia de su vida desde su residencia Villa Auxiliadora, ubicada en Parque Lefevre.

Nació en Santa Ana en 1923.

El pasado 19 de enero celebró 101 años de existencia afirmando que solo por misericordia del Padre ha llegado a esta edad. “No tengo ningún tipo de recetas, creo que Dios me ha dejado hasta hoy para ser testigo de su amor. Siento sus bendiciones diariamente, en mis plantas, en el cantar de los pajaritos y en los cuidados de mi familia”, comentó sin vacilaciones.

Ana tuvo una sola hija, Noris, quien murió hace 27 años, luego de sufrir una aneurisma cerebral mientras le preparaban para operarle. De esa hija le quedaron 4 nietos, de los cuales una murió, 6 bisnietos y un tataranieto que vive en los Estados Unidos.  Le cuidan como reina, su nieta Blanca y su bisnieta Annette.

Manifiesta que sobrellevó estos episodios grises de su vida “así como Cristo llevó su cruz, suavemente, aceptándolo como regalo de Dios. Esos momentos los veo como purificación del alma”.

Con Monseñor José Dimas Cedeño.

Graduada en educación, buscó superarse estudiando bibliotecología. “Trabajé en la Biblioteca Nacional de Panamá, en la Universidad de Panamá y en la biblioteca de la zona del Canal”, relató.

 

“Ven y sígueme”

Sobre su caminar en la fe señala que Dios le llamó como Jesús lo hizo con sus apóstoles. “Recuerdo que venía tarde de trabajar como bibliotecaria, cansada me bajaba del bus y entraba a la Iglesia de Piedra para tomar un relax. Escuchaba las catequesis ya iniciadas del Camino Neocatecumenal para luego seguir a pie hasta llegar a casa”.

 “No tenía tiempo, pero mi tía Emma Botello me arrastró con sus invitaciones, a ella le debo toda mi formación”. Asegura que el mismo Señor fue ajustando sus horarios para que pudiera ser parte de esta primera comunidad.

Ana rememora con nostalgia esos momentos con los niños de la parroquia. “Por más de 20 años fui catequista de Primera Comunión, era una belleza, todos me decían abuela”.

No se conformó con eso, por 12 años dirigió los Talleres de Oración y Vida del sacerdote Ignacio Larrañaga.

Ha sido fiel colaboradora de su parroquia y benefactora de obras. “Uno de mis nietos me decía pedigüeña, porque me la paso pidiendo para seguir apoyando la Iglesia, me encanta ayudar a mis amigas las Siervas de María”.

Ana goza de los cuidados amorosos de su nieta y bisnieta.

Antes de jubilarse hizo un curso de jardinería en el que aprendió a cultivar todo tipo de plantas. Tiene como tradición dedicarse durante el año a mantener un pequeño jardín en masetas, estas las regala a la parroquia para que se vendan en la feria de noviembre.

Su nieta Blanca confirma que Ana siempre ha sido muy sana. Hoy en día solo toma una pastilla para la circulación y otra para las alergias. Las úlceras de sus piernas han cerrado, pero le cuidan al extremo para que no se abran nuevamente.

 

“Me siento lista”

Ana asegura estar preparada para el gran paso. Sin temor expresa que solo piensa cuando el portero le abra la puerta del cielo. “No sé si será San Pedro el que me pregunte para dejarme pasar: ¡Ana! ¿qué hiciste allá abajo?  No me preguntará sobre mis títulos, sino cuántas obras buenas hice por el prójimo en 101 años”.

Agrega que durante toda su vida recordó el consejo de su madre. “Cada día es una oportunidad para hacer el bien, mi mamá me decía que en el año tenía que acumular 365 obras buenas, por eso desde siempre trato de ayudar al necesitado”, reiteró.