Lucas prepara solemnemente los sucesos del Sermón: Jesús ora al Padre, escoge a los apóstoles, y se reúne con los discípulos y la multitud (6, 12-17). El interés es general, pues todos anhelan un mundo nuevo. Jesús es un imán que atrae a todos los oprimidos que confían en su palabra, que revela un camino nuevo, y creen en su acción, que cura y libera los cuerpos de la perturbación que genera esclavitud, disminución de la vida, y hasta la propia muerte. Todos están listos para oír la proclamación que crea una nueva sociedad y una nueva historia, donde todos tendrán libertad y vida.
Las cuatro bienaventuranzas (felices ustedes) y cuatro malaventuranzas (ay de ustedes), que equivalen a decir “lo que Dios bendice” y “los que Dios maldice”. Este pasaje reduce esta diferencia a la relación pobre-rico, de modo que tendríamos apenas una sola bienaventuranza y una sola malaventuranza.
Los pobres son los que pasan hambre y aflicción, pues su único recurso es la lucha por la justicia. Estos pobres serán saciados y reirán, el Reino les pertenece desde ahora. Su felicidad es segura, aunque la lucha por la justicia que Dios quiere, haga que ellos sean odiados, marginados,…
Los ricos son los que llevan vida de hartura y satisfacción, gracias a la explotación y opresión del pueblo. Lucas deja entender que la pobreza de muchos es consecuencia directa de la riqueza de pocos. Y lo peor todavía es que esta clase privilegiada impide que los oprimidos luchen por la justicia, causándoles dificultades y marginaciones (6, 22). Y la última malaventuranzas (6, 26) es más extensa, pues incluye no sólo los ricos, sino también a sus cómplices que, como falsos profetas, son doblemente culpables, pues ven la verdad pero tuercen todo a favor de los ricos.