Cuando hablamos de fe o espiritualidad, casi siempre pensamos en el interior de cada uno, en el alma, aquella parte intangible, pero lo cierto es que también tiene que ver con nuestra salud física y mental. Ciertamente, en casos delicados, no es un sustituto de la asesoría psicológica o psiquiátrica, pero ayuda a prevenir situaciones o, en caso, sirve como apoyo para superarlas. Es decir, sin negar el papel de las ciencias de la salud, contribuye y genera un complemento importante. En principio, puede sonar extraño que la fe pueda ser una respuesta a cuadros de estrés o ansiedad, pero solo suena fuera de lugar cuando no se comprende que el cristianismo es -derivado del trato con Dios en la oración y en los sacramentos- un ejercicio constante de desarrollo humano.
En la medida en que aplicamos el Evangelio, mejora nuestra salud. ¿Cómo es posible? Pongamos un ejemplo. Jesús nos dejó claro que no podemos vivir guardando rencores. Pues bien, conforme lo vamos aterrizando al día a día, eso termina por reducir el estrés. Comienza siendo una cuestión espiritual, interior, pero llega a exteriorizarse.
Ahora bien, ¿por qué hablamos explícitamente sobre Espiritualidad de la Cruz? Como se trata de un camino que, desde la fe, hace de los problemas, una serie de oportunidades que, entre otras cosas, brindan sencillez, alegría, carácter, fortaleza y determinación, eso al final de cuentas nos libera de muchas esclavitudes personales. Por lo tanto, cuando el sufrimiento, no se queda en dolor a secas, sino que adquiere un nuevo significado, la forma de relacionarnos con las crisis también cambia. El problema, deja de ser algo absoluto y se va volviendo relativo. Difícil, pero ya no imposible.