Un economista dijo que “el capitalismo es un sistema que funciona, porque se basa en el egoísmo humano”, lo cual es, añadimos nosotros, contrario al querer de Dios. En efecto, el Reino de Dios se basa en el amor, que produce la justicia y fraternidad. El reino del dinero, por el contrario, se basa en el egoísmo, que produce la injusticia y la no-fraternidad.
Es sorprendente la sencillez con que Jesús devela nuestras falsas ilusiones. Nosotros creemos que nos servimos del dinero, pero Él dice que nosotros servimos al dinero. Pensamos que somos dueños de nuestro dinero y no vemos que el dinero es nuestro dueño y señor.
Si vivimos esclavizados por el dinero, pensando sólo en acumular bienes, no podemos servir a ese Dios que quiere una vida más justa y digna para todos, empezando por los últimos. La crítica de Jesús no era contra el dinero en sí; la critica es contra la acumulación de poder y dinero en perjuicio de los menos favorecidos. Es preciso saber usar bien el dinero, porque cuando es acumulado, siempre es injusto. Y si no somos justos en cuestiones de dinero, ¿cómo nos dará Dios el “verdadero bien” que es la Vida?
La narración iba dirigida originalmente contra los fariseos, amigos de las riquezas, pero los primeros cristianos le dieron un nuevo enfoque a la “astucia”, para que aprendieran a actuar con valentía, sagacidad y decisión, porque era hora de arriesgarlo todo por el porvenir.
La parábola concluye que el administrador actuó “prudentemente” y así lo reconoce su señor. Pero lo que Jesús quiere destacar a los discípulos es que deben ser tan astutos como los hijos del mundo, porque el Reino no se construye con ingenuidad.