Es un mundo en el que todo cambia vertiginosamente y en el que la gran constante es el cambio de muchas formas, tal vez podríamos tener un nuevo compromiso cristiano.
La comunicación instantánea junto a la impresión tridimensional y otros avances de la tecnología han evolucionado para llevarnos a fronteras sospechadas e insospechadas, a la que no escapa la forma de vida del hombre de hoy.
Al mismo tiempo, dentro del corazón humano se da una batalla que no tiene tregua ni cuartel; el bien y el mal a veces parecen diferenciarse de manera muy pequeña o sutiles y chocan ante el deseo de dinero, poder, fama y placer personal contra las aspiraciones humanas por un mundo mejor en que la justicia resplandezca.
En este mundo navegamos sin muchas veces saber lo que somos o desconocemos nuestra identidad más profunda. Tal vez solamente sabemos de manera superficial lo que no somos. Aún así deseamos ser amados y hasta amar. Buscamos la realización personal y sigue presente el deseo trascendente de algo más que de significado a nuestra existencia.
Los cristianos no escapamos a esta lucha ni a la realidad que nos bombardea el cambio, pero si hacemos una pausa y nos ponemos a pensar en el compromiso del cristiano de hoy encontramos que existen tres elementos a mirar: lo permanente (la base central), lo importante (la ruta o el cambio) y lo variable (medios).
Muchos en Panamá y el mundo reclaman una transformación y el cristiano está llamado a ser un transformador, pero para que sea verdadero transformador de un mundo que atiende a autodestruirse, debe partir de lo permanente que es Cristo, lo importante que es amarlo y si verdaderamente lo amamos, seguirlo utilizando lo variable que son los medios.
Para seguirlo, el compromiso del cristiano de hoy, por un lado, es y sigue siendo la santidad, que es su vocación y por el otro, la misión que es llevarlo a Él, que es el camino, la verdad, la vida y la felicidad perdurable, a los demás para que su amor le llene ( o sea evangelizar) y podamos transformar el mundo, de la autodestrucción, a la vida.
El papa Benedicto XVI ha afirmado: “El santo es aquel que está tan fascinado por la belleza de Dios y por su perfecta verdad que éstas lo irán progresivamente transformando. Por esta belleza y verdad está dispuesto a renunciar a todo, también a sí mismo. Le es suficiente el amor de Dios, que experimenta y transmite en el servicio humilde y desinteresado al prójimo.
Santo no es, un creyente, sino alguien que ha sido transformado por la virtud. A esto estamos llamados todos los bautizados.
La influencia de un santo supera el ámbito de su religión cuando la acepetación de su moralidad adquiere componentes universales: por ejemplo, es el caso de la madre Teresa de Calcuta que cuidaba y atendía hindúes no cristianos.
Lo que varía hoy día es tal vez el uso de la tecnología, la comunicación cibernética que facilita llevar información, mientras que la vida de un cristiano comprometido, sigue enfrentando la tentación de los 7 pecados capitales.
Sin embargo, un cristiano comprometido hoy, hace lo ordinario, donde está colocado en la vida, de manera extraordinaria. Es osado. No es un espectador silencioso que mira lo que pasa, sino que toma iniciativas para hacer que algo pase. Es creativo, alegre, optimista, humilde y perseverante. Mantiene una sólida vida de oración en la que su relación sincera e íntima de amistad con Dios se alimenta y fortalece para llevar su misión transformadora en todas partes en la que debe estar. Ese puede ser tú o yo.
Mons. Edgardo Cedeño Muñoz / Obispo de la diócesis de Penonomé