Es inevitable, a veces las cosas resultan mal: pierdes el trabajo, a tu mujer o a tu marido les diagnostican cáncer, viene una crisis financiera y se te desploman tus inversiones, pierdes a tu novia cuando ya le habías dado el anillo, un hijo se vuelve drogadicto, tu socio te engaña, un huracán destruye toda tu cosecha, etc. Y hay personas a quienes se les junta todo.
Buscamos seguridades en el dinero, los títulos, el prestigio, la belleza, la aceptación de los demás, los reconocimientos, los logros…. y de pronto todo se viene abajo…. Se desmoronan nuestras seguridades y corremos el riesgo de desmoronarnos.
Y es que situaciones así hacen sufrir a cualquiera; no es para menos. Cuando entras a terreno pantanoso, estás en riesgo y te sientes inseguro. Surgen tantas preguntas: ¿Por qué me confié? ¿Por qué a mí? Tal vez comienzas a buscar culpables y el sufrimiento aumenta si te llenas de resentimiento y de rencor.
Si no eliges las pérdidas, sí puedes elegir la actitud con que las vives. Lo que te pasa a ti no siempre depende de ti, pero sí lo que pasa en ti. Tus actitudes son tuyas. Si nos dejamos llevar por la frustración, la tristeza, la impaciencia, la desesperación, nos hundimos.
Cuando aprendemos a ver todos los acontecimientos con fe, amor y confianza, desde la mirada Providente de Dios, la vida es bella. De esa manera podemos mirar con paz e indulgencia aún a las personas que nos hacen sufrir: “Así como los hombres malos usan mal de las criaturas buenas, así el Creador bueno usa bien de los hombres malos.” (San Agustín)
Acepta tu historia, reconoce tu pena, tu debilidad o tu fracaso, no lo niegues, ni por vergüenza, ni por el sentimiento de culpa, ni por ningún otro motivo. Trata de encajar el golpe, de integrarlo en tu historia.