Everardo Ching dejó su carrera en diseño para seguir el llamado de Dios, hoy vive feliz su camino vocacional.
Por Marianne Colmenárez
A sus 34 años, Everardo Ching Rivera sabe que Dios escribe historias sorprendentes.

Creció en La Chorrera con sus tres hermanos mayores, entre vacaciones familiares en Los Santos, visitas breves a Colón y Bocas del Toro. Vivió una infancia marcada por el arte, la música y el servicio en la Iglesia.
“Desde niño me gustaba dibujar y todo lo que tuviera que ver con las artes plásticas”, recuerda.
En la secundaria, en el Colegio Moisés Castillo Ocaña, descubrió otra gran pasión. “Era parte de la banda de música, tocaba instrumentos de percusión, como el bombo y la marimba. Teníamos ensayos y presentaciones, eso me encantaba”, expresa. Entre clases, arte y música, su adolescencia estuvo llena de actividades que alimentaban su creatividad.
Su vida de fe empezó temprano
“A los nueve años, justo después de mi primera comunión, entré como monaguillo en la Capilla Sagrado Corazón de Jesús”. Junto a su hermano menor, sirvió en el altar durante diecisiete años.
“Formamos la Comunidad de Servidores del Altar en el templo parroquial San Francisco de Paula y, hasta hoy, mantengo la amistad con esos compañeros de infancia. Nos seguimos reuniendo en Pascua y Navidad para recordar y reírnos de lo que hacíamos entonces”, afirma.
Su amor por el dibujo y las artes lo llevó a estudiar diseño gráfico en la Universidad del Arte Ganexa. Como profesional, trabajó siete años en el Servicio Nacional de Fronteras, donde vio nacer la institución, ayudó a darle identidad gráfica.
Durante sus años universitarios y laborales, sus prácticas espirituales se volvieron más esporádicas.
“No perdí la fe, pero solo iba a misa en fiestas patronales o celebraciones importantes”, explica.
Todo empezó a cambiar cuando el padre Jhassir Pacheco, quien servía en su parroquia, le pidió colaborar con material gráfico para la Pastoral Vocacional.
“Era un servicio silencioso, pero mientras hacía los documentos y leía su contenido, Dios fue obrando en mí”, asegura Everardo. Animado por lo que iba descubriendo, aceptó asistir a una jornada vocacional en el Seminario Mayor San José.
“Salí con dudas, diciendo que no iba a ser sacerdote, que quería ser un laico comprometido, sin embargo, no dejé el acompañamiento espiritual y el Señor, poco a poco, me fue llevando”, detalla el seminarista.

Fruto de la JMJ
En 2019, participó en la Jornada Mundial de la Juventud, siendo responsable de la proyección visual de la Feria Vocacional celebrada en el Parque Omar. Dos años después, da el gran paso de entrar al Seminario Mayor San José.
“A mis padres les cayó de sorpresa, mi mamá lloró desconsoladamente, pensando que tendría que empezar de cero y pagar otra universidad. Le expliqué que aquí, la providencia de Dios, a través de la Iglesia, se encargaría de todo”.
“Lo más difícil fue dejar mi independencia. Estaba acostumbrado a tomar decisiones con mi dinero, pero ahora sé que soy libre de otra manera. La alegría de saber dónde estoy y hacia dónde voy me da serenidad”.
Su pasión por el arte sigue viva

Dibuja y pinta con acuarela en sus ratos libres, también ayuda con sus diseños a obras de la Iglesia. “No cobro, pero si me dan algo lo destino a otras obras, acabo de pedir balones que necesitan los chicos del centro de custodia”.
En junio, vivió un momento que atesora en el corazón. Viajó a Roma para el Jubileo de los Seminaristas, saludó al papa León XIV y recibió su firma en un dibujo hecho por él.
“Fue un momento de muchas emociones. Le pedimos que firmara mi libreta, donde había pintado un dibujo titulado: La fuerza de Jesús y, muy amablemente, lo hizo. También envió saludos a nuestro obispo y le besé el anillo del pescador”.
Everardo no duda en decir, “soy fruto de la JMJ y del hágase de María”.
