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Donde nadie es descartado: un hogar para empezar de nuevo

Donde nadie es descartado: un hogar para empezar de nuevo

El Hogar Caridad de Kkottongnae en Parque Lefevre celebró su primer aniversario brindando amor, cuidado y dignidad a adultos mayores que vivían en la calle o en situación de abandono.

 

Por Marianne Colmenárez

Pablo González tiene 84 años y una memoria que guarda décadas de trabajo duro en el campo. Nació en La Palma de Veraguas, pero hace muchos años que no sabe nada de su familia.

“Mi familia no sabe si estoy muerto o vivo”, dice con serenidad. Durante su vida trabajó como peón en los potreros, y hasta vendía nance “a cinco reales la botella”. No estudió de joven y se lamenta por eso. “Ya a esta edad no tengo ningún deseo. A Veraguas no quiero volver”.

Fue rescatado en junio de 2024 de un rancho carente de las mínimas condiciones para vivir donde cocinaba en un fogón improvisado sostenido por tres piedras.

Hoy, en el Hogar Caridad de Kkottongnae ha encontrado un espacio donde lo llaman por su nombre, lo cuidan y lo escuchan.

 

 

Pablo junto a la imagen de Jesús de la Misericordia, símbolo de su nueva vida.

Jaime: una nueva mirada

Así encontraron a Jaime.

Tras la celebración del aniversario, llegó Jaime, un hombre ciego que vivía en la calle desde hacía seis años. Dormía cerca de una gasolinera, en un rincón olvidado de Parque Lefevre. Aceptó la ayuda sin resistencias.

Lo bañaron, lo afeitaron, y con un cambio de ropa volvió a mirarse –aunque no con los ojos, sino con el alma–. Hoy, como Pablo y otros, forma parte de esta familia que no pide nada a cambio, más que dejarse amar.

 

El llamado del hermano Felipe

Uno de los corazones visibles del hogar es el diácono Hansaem Lee o Hermano Felipe. Llegó a Panamá en febrero, tras formarse en la Universidad de Kkottongnae en Corea del Sur y pasar seis años en misión en Paraguay.

El diácono Felipe, en sus primeras giras por la Ciudad de Panamá.

“Aprendí español allá, para poder servir mejor en Latinoamérica”, afirmó. En Paraguay atendía a más de veinte abuelos y abuelas: los bañaba, les cortaba el cabello y las uñas, les cambiaba los pañales.

 “Jesús me preguntó en un sueño si quería trabajar sirviendo a los pobres. Dije que sí, dejé mis anteriores sueños, a mi familia, y aquí estoy”.

Inspirado por las noticias de sus hermanos Juan y Pedro, quienes recorren las calles de la ciudad de Panamá llevando alimento y consuelo a personas en situación de calle, sintió el llamado a unirse a esta misión de amor en el istmo.

 

“Falta corazón, –dice con firmeza–. Hay mucha gente viviendo en la calle, abuelos olvidados por sus propias familias. Nosotros queremos cuidar, ser esas manos de Dios que ellos tanto necesitan”.

 

 

En la misa de aniversario, Monseñor Ulloa acompaña en oración a los residentes del Hogar Kkottongnae.

Agradecieron a Dios

La celebración del aniversario tuvo lugar el domingo 30 de marzo, con la presencia de benefactores, voluntarios y, por supuesto, los protagonistas: los adultos mayores. En primera fila, sus miradas reflejaban la dignidad que este hogar ha restaurado en ellos.

Monseñor José Domingo Ulloa, arzobispo de Panamá, presidió la eucaristía. En su homilía, fue directo para decir que, “el individualismo y la prisa en la que vivimos nos hace olvidar a quienes nos precedieron. Esta casa de misericordia nos recuerda el amor de Dios en acción. Jesús nos enseña que lo que hacemos por los más pequeños lo hacemos por Él”.

El arzobispo cuestionó cómo tratamos a los ancianos en una sociedad que valora la juventud y la productividad por encima de la experiencia y la sabiduría.

“En Oriente se valora la sabiduría de los mayores; en Occidente, muchas veces se les trata como desecho. ¿Cómo respondemos a la sed de Dios en tantos hermanos que viven en soledad o son descartados?”, preguntó.