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El Bautismo en el Jordán

Con el bautismo, Juan exigía transformación tanto interior como exterior: la renuncia al orgullo personal y reconocerse deudores de Dios, restituir la dignidad de los necesitados; hacer una vida de justicia, tener una conversión sincera que fuera más allá de cumplir con los ritos. Hablaba de una conversión que se percibiera en el cambio de vida.

Era Juan un profeta inflexible de un juicio inminente. Y su mensaje era claro: había que arrepentirse y confesar los pecados para después recibir el bautismo de pu rificación en las aguas del Jordán, porque el juicio de Dios estaba cerca. Dios estaba airado con su pueblo y planeaba castigarle. Mientras la gente pasaba, Juan la miraba atentamente, en búsqueda de Aquel que había de venir. Y un día de primavera, se presentó Jesús, humildemente como cualquiera. Juan se resistía a bautizarlo, pero Jesús le insistió.

Entonces Yahvé dio señales a Jesús: los cielos se abrieron y el Espíritu Santo bajó sobre Jesús como una paloma y se oyó una voz en el cielo. Este es un hecho esencial en la historia de la salvación y constituye el inicio del ministerio público de Jesús, que al recibir este mensaje va percibiendo su misión.

Las palabras “Tú eres mi Hijo” son del Salmo 2 y se remontan a la profecía de Natán. En el bautismo de Jesús hay pues un significado profundo, que ilustra textos del Antiguo Testamento, comparables al milagro del paso del Mar Rojo. De esta manera, Jesús aparece como un nuevo Moisés, que lleva a cabo las aspiraciones y esperanzas del Antiguo Testamento. En la persona de Jesús, Dios ofrece al nuevo Pueblo que va a nacer la posibilidad de comunicarse con Él.