“El Cristo Crucificado en la Cruz sufriendo nuevamente, nos recuerda aún acto sublime y eterno de salvación por todos nosotros”, Mons. Ulloa.

“El Cristo Crucificado en la Cruz sufriendo nuevamente, nos recuerda aún acto sublime y eterno de salvación por todos nosotros”, Mons. Ulloa.

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Hoy se celebra la fiesta del Señor de los Milagros, en el contexto de la exaltación de la Santa Cruz, y el Arzobispo de Panamá resaltó que es la fiesta de la historia de las relaciones de Dios con los hombres, que es la historia de un amor apasionado de Dios hacia todos nosotros.  

Dijo que la demostración más clara de este amor fue el envío de su propio Hijo a nuestra tierra: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo”. Y agregó que Jesús, su Hijo, no vino para regañarnos, criticarnos, recodarnos nuestras debilidades y fallos, para hacer justicia al modo humano… sino para ayudarnos, para salvarnos, para otorgarnos esa vida plena que todos tanto deseamos. 

Resaltó el modo de vivir de Jesús, en el que sobresale el amor, el que conduce a la verdadera vida, y le llevó paradójicamente a la muerte en cruz, porque algunos hombres de su tiempo creyeron que era un camino equivocado que desestabilizaba la religión y el poder civil de entonces, y le mataron.  

“Desde lo alto de la cruz el camino del amor, del perdón, de la paz, de la justicia, de las bienaventuranzas, por eso, la exaltación de la cruz es la exaltación no del dolor sino, en primer lugar, del gran amor de Jesús hacia nosotros”, manifestó.

Expresó que debemos agradecer a Jesús su última lección, antes de su resurrección, de vivir el amor como lo primero y principal de nuestra existencia. Pidámosle también que nos siga atrayendo hacia él, hacia su cruz, para que gastemos nuestra vida como él la gastó en servicio permanente del amor hacia los hermanos.  

La cruz por la cruz no salva a nadie –advirtió- pero Cristo crucificado en la cruz transformó la maldición de la cruz en la bendición que salva el mundo entero.  “El Cristo Crucificado en la Cruz sufriendo nuevamente, nos recuerda un acto sublime y eterno de salvación por todos nosotros, que necesita ser a todo momento reconocido, venerado, adorado, aclamado, proclamado y exaltado, y por eso exaltamos la cruz redentora, la cruz de nuestra victoria y liberación”, indicó.  

Monseñor José Domingo Ulloa Mendieta exclamó que hoy es necesario más que nunca exaltar la Santa Cruz, el misterio de Cristo en la Cruz, y llamó a los fieles a que no temamos llevar la cruz el pecho, en el coche y donde estemos, ella es signo de la victoria de Cristo Crucificado. 

Al finalizar su homilía invitó a la feligresía a pedir hoy al Señor de Los Milagros, “regálanos la paz que necesitamos, regálanos ese don de la reconciliación y de la concordia, de tal manera que puedan crecer en la tranquilidad y en la serenidad”.

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A continuación, el texto completo de la Homilía de Monseñor Ulloa desde la Parroquia El Señor de los Milagros, Villa Lucre.

Homilía Fiesta el Señor de los Milagros de Buga- Villa Lucre

14 DE SEPTIEMBRE DE 2020

 Queridos hermanos esta fiesta del Señor de los Milagros, en el contexto de la exaltación de la Santa Cruz, tenemos que decirlo y repetirlo cuantas veces sea preciso, es la FIESTA de la historia de las relaciones de Dios con los hombres que es la historia de un amor apasionado de Dios hacia todos nosotros.  

Y la demostración más clara de este amor fue el envío de su propio Hijo a nuestra tierra. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo”. Y Jesús, su Hijo, no vino para regañarnos, criticarnos, recodarnos nuestras debilidades y fallos, para hacer justicia al modo humano… sino para ayudarnos, para salvarnos, para otorgarnos esa vida plena que todos tanto deseamos. 

Dios Padre nos lo envió “para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”. 

Nos señaló el camino que debemos recorrer en nuestra existencia terrena para que gocemos de “vida en abundancia”. No se limitó a predicar, sino que vivió todo lo que predicó y nos anunció.  

Su modo de vivir, en el que sobresale el amor, el que conduce a la verdadera vida, le llevó paradójicamente a la muerte en cruz, porque algunos hombres de su tiempo creyeron que era un camino equivocado que desestabilizaba la religión y el poder civil de entonces, y le mataron.  

Jesús, por amor a nosotros, no se desdijo de la buena noticia que nos traía ni ante la amenaza de su muerte. Siguió predicando desde lo alto de la cruz el camino del amor, del perdón, de la paz, de la justicia, de las bienaventuranzas… 

Por eso, la exaltación de la cruz es la exaltación no del dolor sino, en primer lugar, del gran amor de Jesús hacia nosotros, un amor que sobresale en el sufrimiento de la cruz. Agradezcamos a Jesús su última lección, antes de su resurrección, de vivir el amor como lo primero y principal de nuestra existencia. Pidámosle también que nos siga atrayendo hacia él, hacia su cruz, para que gastemos nuestra vida como él la gastó en servicio permanente del amor hacia los hermanos.  

Por eso qué extraña lectura la del libro de los Números: la serpiente venenosa levantada sobre un estandarte, para que los mordidos de serpientes queden curados al mirarla. ¿Cómo entender este episodio del AT cuando nosotros lo leemos ahora?  

Hermanos: sólo sabemos de otro que haya sido levantado sobre un estandarte para que todos lo podamos mirar cuando las serpientes del pecado, de la angustia, de la desesperanza, del sufrimiento, nos muerdan: la cruz de Cristo. Desde entonces, la cruz, el leño de la cruz, la madera santa, se convirtió en el signo público y privado de los cristianos. El signo de la cruz. 

Ahí está; ahí lo tenemos. También nosotros, mordidos por las serpientes dirigimos nuestra mirada a ella, pues ahí está clavado nuestro Redentor, quien murió por nosotros, para redimirnos de todas las mordidas.  

Así como Moisés levantó aquel estandarte en el desierto, Jesús dice a Nicodemo que ahora, de la misma manera, el Hijo del hombre tiene que ser elevado en la cruz. ¿Por qué?, 

Porque allí, en lo alto del madero, Jesús asume todas nuestras idolatrías, todos nuestros pecados; pero también todos nuestros sufrimientos y decepciones, que lo deforman, haciendo de él carne de serpiente venenosa, carne de pecado, carne de idolatría, carne de sufrimiento, carne de decepción.  

Jesús todo lo hace suyo, deformando su propia carne, carne de Dios, entregando su vida y su diáfana limpieza por nuestra salvación, para que se borren nuestros pecados y nuestras idolatrías y nuestros sufrimientos y nuestros desfallecimientos. La condición es aceptar ser levantado en lo alto del estandarte del leño.  

Antes había una palabra preciosa que calificaba esta fiesta, era la ‘invención’ de la cruz.  

No porque pensaran que la cruz es una pura invención mitológica que producimos para echar sobre ella los furiosos venenos de las mordidas que nos atenazan.   Sino porque ella es un tremendo misterio de amor, en la que se nos inventa una vida nueva; porque es el portillo que nos abre el ámbito infinito de la gracia y de la misericordia de Dios.  

Porque la cruz es señal, no de condena sino de redención. Misterio de amor de Dios al mundo; fijaos en la osadía de Juan, no sólo amor a nosotros, sino amor al mundo, ese mundo que lo rechaza y se rebela contra él. Para que el mundo no sea ocasión de perdición, sino lugar en donde reina la cruz de Cristo. Para que el mundo se salve por su Hijo, muerto en la cruz. Sorprende que cuando esperaríamos que hablara de nosotros, Juan, que suele mostrar una cara tan negra del mundo, hable de este: para que el mundo se salve por él. La cruz es, así, salvación para todos; salvación para todo. 

La cruz por la cruz no salva a nadie, pero Cristo crucificado en la cruz transformó la maldición de la cruz en la bendición que salva el mundo entero.  

Algunas personas se sorprenden: “Jesús no ha resucitado”. Por qué entonces lo exponemos crucificado. Esto es una mentalidad protestante errada que dice: “No puede tener en la Iglesia el Cristo crucificado”. Es cierto oramos al resucitado, pero no podemos, de manera alguna, negar, omitir su muerte redentora, el precio del amor que Dios pagó para rescatarnos y salvarnos.  

El Cristo Crucificado no está en la Cruz sufriendo nuevamente, pero El hace un acto sublime y eterno de salvación por todos nosotros, y este acto necesita ser a todo momento reconocido, venerado, adorado, aclamado, proclamado y exaltado, y por eso exaltamos la cruz redentora, la cruz de nuestra victoria y liberación.  

Hoy es necesario más que nunca exaltar la Santa Cruz, el misterio de Cristo en la Cruz.  

No temamos llevar la cruz el pecho, en el coche y donde estemos, ella es signo de la victoria de Cristo Crucificado. Cuando me vuelvo para Cristo Crucificado, no es para tener pena y compasión de mí, permitir que aquello que Él vivió es una intensidad de la cruz se realice en mi vida a cada día.  

Volvámonos a Cristo Crucificado, para que los frutos de la redención de Jesús, de la muerte redentora de Cristo estén en nuestra vida. No anulemos, no ignoramos por ignorancia de otros el misterio redentor de Cristo crucificado, por lo contrario, es necesario, más que nunca, exaltar la Santa Cruz, el misterio de Cristo en la Cruz, 

El dio su vida por mí, dio su vida para rescatar, ningún hijo es capaz de olvidar al padre que murió por él. Por eso no podemos jamás olvidar o ignorar a mi Dios, mi Señor Jesús que en la Cruz dio su vida por mí.  

Desde esta perspectiva y desde la fiesta, quiero compartir con ustedes la hermosa historia del Señor de los Milagros de Buga, que aquí le llamo el Señor de los Milagros de Villa Lucre. 

¿Quién fue el autor de esta imagen que hoy atrae multitudes? ¿En qué año se realizó esta obra? A estas preguntas no responde la historia, pero el pueblo que con sus tradiciones es historiador a su manera, sí narró en hermosa forma cómo se originó esta devoción. 

Ese relato, mito o leyenda, que en lenguaje técnico no significa una mentira o puro cuento, es entonces la forma como el pueblo contó un hecho, algo sucedió y la tradición lo narró así: 

Cuenta que por el año 1580, Buga era un pequeño caserío. El río Guadalajara de Buga corría en aquel entonces por el sitio donde ahora está el templo del Señor de los Milagros. Al lado izquierdo del río había un ranchito de paja donde vivía una india anciana, cuyo oficio era lavar ropa. Esta mujer era muy piadosa y estaba ahorrando y reuniendo dinero para comprarse un Santo Cristo y poder rezarle todos los días. Al fin logró reunir 70 reales que era lo que necesitaba para comprarlo y traerlo desde Quito. 

Precisamente el día en que la piadosa lavandera iba a llevar su dinero al señor Cura párroco para que le consiguiera la imagen, pasó por allí llorando un honrado padre de familia a quién iban a echar a la cárcel porque debía 70 reales y no tenía con qué pagarlos.  

La buena mujer se conmovió por esta tristeza de su vecino e inspirada por un pensamiento caritativo, se propuso dejar para más tarde el conseguir su crucifijo, y le dio al pobre necesitado los 70 reales que tenía ahorrados.  

Aquel hombre lleno de alegría y de agradecimiento le deseó que Dios la bendijera y le ayudara mucho. 

Días después, la indiecita continuaba con su labor diaria cuando una ola colocó delante de ella un pequeño crucifijo de madera, que resultó para ella una joya más valiosa que todo el oro y la plata y las esmeraldas que le pudieran ofrecer. El crucifijo hallado de esta manera no podía haber pertenecido por allí cerca a ninguna otra persona, pues hacia arriba, a las orillas del río no vivía nadie. La feliz lavandera, llena de gozo, se dirigió a su choza e improvisó allí un altarcito, sobre el cual colocó el santo Cristo guardándolo cuidadosamente en una cajita de madera. 

Una noche la anciana oyó golpecitos en el sitio donde guardaba la imagen, y averiguando lo que pasaba, se llevó una gran sorpresa al darse cuenta que el Santo Cristo y la cajita había crecido notablemente. Pocos días después advirtió que la imagen tenía ya cerca de un metro de estatura. Sorprendida por este milagro les avisó al Sr. Cura Párroco y a los señores más importantes del pueblo, los cuales visitaron enseguida la habitación de la anciana y comprobaron por sus propios ojos la verdad de lo que ella les había contado, que esta pobre mujer poseía un crucifijo de un tamaño muy difícil de conseguir por aquellos alrededores, y que además, no tenía ni dinero ni amistades para conseguir semejante imagen, por lo tanto la existencia de aquel crucifijo allí no se podía explicar naturalmente así que tenía que ser un milagro. 

La noticia se regó por el caserío, haciendo que devotos visitaran el cristo milagroso, pero resultó que la sagrada imagen se fue deformando ya que le quitaban pedacitos de madera para llevarlos como reliquia. 

Un visitador especial llegado de Popayán mandó que la dicha imagen fuera quemada y destruida por el fuego. Los devotos se estremecieron de sentimiento al conocer esta orden, pero era necesario obedecer. Pero lo maravilloso, fue que la imagen al ser echada a las llamas empezó a sudar y a sudar tan copiosamente que los vecinos empapaban algodones con aquel sudor para llevarlos como reliquias y obtener curaciones, así lo atestiguó bajo fe de juramento doña Luisa de la Espada hija de uno de los fundadores de Buga.   

Este milagro fue comprobado y atestiguado con la gravedad de juramento por numerosas personas. Y al terminar el sudor, la Sagrada imagen se había vuelto mucho más hermosa de lo que estaba antes. 

Desde aquel milagro, la gente le empezó a tener gran devoción a esta santa imagen, a considerarla como de hechura milagrosa y comenzaron a obtener favores de Dios que consideraron sobrenaturales y milagrosos. Y no sólo en esta ciudad sino en muchas otras ciudades y regiones de donde se han visto llegar muchos romeros y peregrinos a visitar la sagrada imagen. 

En 1819 después de estos sucesos extraordinarios, el ranchito de la anciana se convirtió en sitio de oraciones y peregrinaciones. A los anteriores milagros siguieron muchos más y fue tal la cantidad que la gente le dio a esta imagen el nombre con el cual se le conoce desde hace siglos como “El Señor de los Milagros». 

La historia nos dice… 

Apenas se fueron difundiendo las noticias de los maravillosos milagros que se conseguían junto al Cristo de Buga, se desató una corriente de peregrinaciones y devociones (recordemos que quién hace los milagros no es la imagen que es de madera o yeso, y que no puede hacerle milagros a nadie. El que hace los milagros en Nuestro Señor Jesucristo, cuya santísima Pasión y Muerte recordamos cuando veneramos la imagen del Santo Cristo). 

En 1907 tuvo lugar la construcción y consagración de un nuevo templo construido con las donaciones de sus devotos agradecidos, y se hizo una solemnísima traslación de la milagrosa imagen hacia su nuevo altar. 

En 1937, el Papa Pío XII por medio de su secretario el Cardenal Pacelli (futuro Papa Pío XII) expidió un decreto por el cual decretaba que al templo del Señor de los Milagros de Buga se le concedía el título de Basílica. 

Así como ese crucifijo creció en el corazón de la indiecita, justamente eso es lo que nos hace falta: que crezca Cristo entre nosotros, con la abundancia de su palabra, para que crezca la reconciliación y podamos confundirnos los panameños en un abrazo de perdón y así podamos encontrarnos todos para vivir una vida nueva. 

Pidamos hoy el Crucificado, como en un nuevo Getsemaní, suda gotas de sangre para que no se destruya nuestra fe, nuestra grandeza. Para que las llamaradas del odio y de la muerte se conviertan en un incendio de amor, de fraternidad y de solidaridad. 

Señor de Los Milagros, regálanos la paz que necesitamos, regálanos ese don de la reconciliación y de la concordia, de tal manera que puedan crecer en la tranquilidad y en la serenidad. Que no corra otra sangre entre nosotros, sino la tuya una vez derramada en el Gólgota para siempre. Sangre redentora, promesa de vida, de gloria, de cielo, bendice este pueblo.

PANAMÁ, acatemos las normas que nuestras autoridades han implementado. Por ti, por los tuyos, por Panamá -Quédate en casa.

† JOSÉ DOMINGO ULLOA MENDIETA, O.S.A.

ARZOBISPO METROPOLITANO DE PANAMÁ