Monseñor Manuel Ochogavía Barahona
La verdad que, con este título, muy usado en este tiempo de pandemia, parece algo sacado de una película de ciencia ficción. Los países aliados usaron esa clave para señalar el día del inicio del ataque contra la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial, por lo que sería como el “inicio del fin”, cuando desembarcaron las tropas en las costas de Francia. Sin embargo, no está del todo mal usado, pues el Día D, significa que las cosas van a mejorar, que hay valores que no se pueden dejar morir y que todos unidos podemos vencer al enemigo.
Para nuestro tiempo, el Día D representa lo que vendrá después que se levanten las restricciones y volvamos a la “nueva normalidad”, cuando se reactive la vida económica y social y podamos volver a la calle y las ocupaciones de siempre. Pero no nos engañemos, hablar de “nueva normalidad” significa que se podrá hacer una vida semejante a la que antes de la pandemia llevábamos, pero que hay cosas que no podrán volver a ser iguales, que se necesita vivir con en nueva cultura, con nuevas exigencias, nuevos modelos de relaciones, de trabajo y economía, de diversión, de comunicación, de… todo. Es por ello por lo que se requiere una nueva actitud y gran voluntad para hacer las cosas bien, para cada uno y para todos.
Desde que comenzó la pandemia una cosa era evidente, y es que esto nos iba a cambiar a todos, que tendríamos que sacar lo mejor de nosotros mismos y tomar las mejores decisiones. Es por ello por lo que se veía el surgimiento de un tiempo nuevo, con retos para todos, y posibilidades. No es un tiempo post COVID 19, este fue el catalizador, pues tendremos que aprender a pensar como sociedad y cuidarnos ante nuevas amenazas, aunque suene apocalíptico.
Hemos aprendido mucho durante el confinamiento. Vivir nuevamente juntos, todo el día y todos los días, nos obliga a parar el frenesí de los días ordinarios cuando no parábamos en ningún lado, siempre de aquí para allá. Nos veíamos, pero no nos conocíamos, muchas veces éramos unos desconocidos para nuestros familiares.
Recuperar el ser familia, recuperar el cuidarnos, atendernos, escucharnos, compartir todo: comida, televisión, oración, trabajo de hogar, juegos de mesa, ejercicios, la música, el dinero, los turnos de salida, el baño, etc., esto nos ha vuelto más humanos.
Hemos aprendido que lo que verdaderamente vale lo hemos tenido siempre con nosotros y que andábamos buscando en el mundo razones para seguir viviendo, y precisamente las hemos encontrado cuando hemos caído en cuenta que la gente es la mayor razón para seguir y creer.
Cierto que tendremos que aprender a vivir en esta “nueva normalidad”, pero eso no es nuevo, ya la humanidad lo ha hecho antes. Lo nuevo es que en esta pandemia se nos ha dado la oportunidad de recuperar lo humano, nuestros valores, lo que siempre ha sido bueno y necesario, lo que nos permitirá, a fin y al cabo, sobrevivir como especie.
Cambian los escenarios de las guerras, cambian los héroes de las batallas, aprendemos que todos somos importantes. Hemos aprendido que somos frágiles… sí muy frágiles, cuando un “bicho” tan pequeño ha puesto de rodillas a los poderosos, sin vacuna, con el colapso de todo lo que pensábamos nos brindaba seguridad.
La soberbia de la humanidad, construida sobre las luchas de poder, sostenida por la carrera de tener, del dinero, con la lógica del más fuerte, todo se ha visto frágil, no ha servido de nada. También es cierto que todo esto nos ha sacado el cobre, cuando vemos como la corrupción ha buscado hacer su negocio con el sufrimiento del otro, cuando unos arman una fiesta de piscina cuando todos estamos expuestos al contagio, pura indiferencia y egoísmo miserable.
Un tiempo nuevo, el día D llegará y ojalá que, aparte de buscar el modelo más encantador de mascarilla de última tecnología, o poner gel alcoholado por todas partes y guardar los 2 metros reglamentarios, hayamos aprendido algo.
Este es el momento que tenemos que poner todo lo mejor de nosotros mismos si queremos que esto vaya a mejor. Pero ¿qué pasará con nuestras comunidades de fe? Buena pregunta, pero no tengo el don de ver el futuro, ni he recibido ninguna revelación especial. Sin embargo, me sostiene la fe en que Dios tiene un proyecto para nosotros con todo esto.
No creo que Dios haya mandado el virus para castigar a la humanidad, decir eso no es de cristianos. Basta de gente que se encarga de condenar, mandar al infierno a los pecadores. Necesitamos caridad, esperanza y fraternidad. Los cristianos debemos ser, ante todo, testigos del amor de Dios, constructores de la esperanza y la certeza de que Dios no nos abandona y que nos cuida, nada podrá separarnos de su amor.
Podemos desesperarnos por los templos cerrados, pero ahora hay templos en miles de hogares, antes costaba que la familia fuera a misa, ahora la ven todos juntos, algo está mejorando. La Iglesia está viva, como nunca lo ha estado, vendrá un Día D, también para nuestras comunidades de fe, y nos daremos cuenta de lo valioso de estar juntos y compartir nuestra fe, de saludarnos y extrañarnos.
Cuando llegue el Día D y volvamos a misa, seguro que habrá que llorar de emoción, valoraremos más lo que es nuestra fe, nuestras celebraciones, seguro que se acabarán las misas aburridas, todas serán hermosas. Sí, también para nosotros llegará este tiempo que nos pedirá ser creativos, novedosos, ágiles y valientes. Tiempo nuevo de fe, será el Día D’ Dios.