La libertad es una conquista permanente; el hombre no es libre sin estar unido a Dios (Jn 15,1ss). El encontrarse con Cristo y dejarse enamorar por Él, es la mejor forma de adquirir la espiritualidad ideal para la juventud.
La preparación ideal es trabajar en la “libertad interior” de los jóvenes; ayudarles a saberse amados, aceptados por Dios, y portadores de su libertad, y con ello, ayudarles a saberla vivir con responsabilidad, honradez y pureza de vida, con fidelidad. Ser libres en Cristo es hacerse esclavos por amor, es reconocer a Dios como dueño, centro y referente de vida. Decía Santa Teresa: “¿Sabéis qué es ser espirituales de veras? Hacerse esclavos de Dios, a quien, señalados con su hierro que es el de la cruz, porque ya le han dado su libertad, los pueda vender por esclavos de todo el mundo, como Él lo fue” (7M 4,8). Es un ejercicio de amor en que se ayuda a “pasar de las palabras a las obras”, y aprender a “estar libre ante las cosas” con un señorío interior de sí mismo, y con ello ayudarle a gozar de su vida con libertad santificadora. En palabras de Santa Teresa sería ayudar a los jóvenes a: “vivir en este mundo, tratar con el mundo y con los negocios del mundo y hacerse a ellos, … y ser en lo interior extraños del mundo y enemigos del mundo y estar como quien está en destierro y, en fin, no ser hombres sino ángeles” (cf CP 3,3). Por esto la fortaleza más grande ha de ser “la vida interior”, y aquí mismo el campo de preparación más importante para alcanzar una verdadera y profunda espiritualidad. ¿Cómo ayudar al joven de este mundo, a hacerse uno con el mundo, “sin contaminarse del mundo” y mantenerse limpio y casto en un mundo que les enseña el camino contrario, o a mantenerse obediente y transparente en un mundo que los busca con la desobediencia a Dios y a sus padres y haciendo de la mentira algo normal? Es una preparación a “ser tales”, a ser personas confiables, modelos de vida como los patronos de la JMJ 2019: Santa María la Antigua, Madre y Señora nuestra; San Martín de Porres, hombre fiel y valiente, enamorado de Dios y firme en sus convicciones de fe; y el Beato Arnulfo Romero, fiel pastor y sacrificado por el amor a Dios en su pueblo. Nos toca ayudar al joven a experimentar el “amor mayor y mejor” que es “el encuentro con Cristo” vivo y verdadero, el que hace posible mantenerse cristiano fiel y alegre en todo tiempo y en toda circunstancia.
-Aprender a relacionarse en Cristo con las personas (Jn 13,34).
Es preparar al joven a relacionarse con las personas siendo libres interiormente frente a ellas, sin miedos a que les condicionen en su acción o los saquen del camino del bien. Para esto hay que centrarse en la humanidad de Cristo, y aprender a relacionarse desde Él, a elegir y madurar sus amistades como en el corazón Cristo le indicaría: “Puede representarse delante de Cristo y acostumbrarse a enamorarse mucho de su sagrada humanidad y traerle siempre consigo y hablar con Él, pedirle para sus necesidades y quejársele de sus trabajos, alegrarse con Él en su contentos y no olvidarle por ellos, sin procurar oraciones compuestas, sino palabras conforme a sus deseos y necesidad” (Sta Teresa, V.12,2). Aprender a relacionarnos en la riqueza de vivir en la presencia de Cristo, permaneciendo en su amor y en la fidelidad de hijos de Dios, en medio de este mundo que les rodea y los lleva como en competencia de unos con otros.
-Aprender a relacionarse consigo mismo.
Es ayudarles a ser libres frente a sí mismos. Es entrar en la propia casa, en el corazón del joven, para que pueda relacionarse con serenidad, con libertad, con aceptación de su propia historia, y convertir las voces de rechazo en voces de aceptación, del egoísmo en voces de amor, las voces de miedos en voces de confianza, de perdón, de alegría y paz. En nuestro interior están las raíces de todas nuestras actitudes y comportamientos (cf Is 65, 17-21). La cultura de la imagen, del placer que deforman y esclavizan la mente, requiere de nosotros la capacidad de discernir y de decidir con libertad.
El espiritual tiene de modelo a Cristo en todo lo que vive y ha de realizar, y poco a poco el corazón del que sigue a Cristo debe ir quedando solitario para poder seguirle bien, renunciando “por amor a Jesús” (Sn Jn +, 1Sub 13,4) y gustando de las cosas, como el enamorado.