Toda la preparación a la Semana Santa que hemos vivido es fruto bendito anticipado de la Pascua. La causa que nos movió a salir de nosotros mismos para “Celebrar” los misterios del amor de Dios en Semana Santa, es obra del espíritu del Resucitado ya en nuestro corazón, que en nuestras necesidades nos hizo caer en la cuenta que es necesaria una vida pura y respetuosa, honrada y fiel, limpia y libre de todo mal, para no perder la gracia de la salvación obrada por Jesús, y para ser verdaderos misioneros del amor y la vida en Cristo. En San Pedro encontramos esta motivación: “si alguno se muestra rebelde a la palabra, sea ganado por la conducta” (1Pe 3,1) Es la misma vida que hemos recibido del Señor Crucificado y Resucitado, la que nos seduce, nos atrae al mundo de Dios, y nos anima a ser diferentes, con el compromiso de “ganar almas para Dios por medio de la conducta, del reto resucitado de ser creíble, de llevar una vida genuina según lo que a cada uno nos toca en la vocación y misión que a cada uno se nos ha confiado. El haber aprendido el estilo de Dios, del “ENCARNARSE Y SER CREÍBLE” es fruto verdadero del Resucitado en nosotros., el compromiso con nosotros mismos a llevarlo a cabo en bien de los demás.
Guiados por el espíritu del Resucitado, retomamos el misterio de la Encarnación y Muerte de Cristo por amor, y por su pedagogía vivencial, existencial, entendemos que las gentes nunca creerán en lo que oyen, no se decidirán a conversión por lo que oyen, no se enamorarán por lo que se les dice o promete sin más, por más atractivo que se presente el mensaje, si no se lleva una vida “CREÍBLE”, genuina frente a ellos. Esto supone tener un corazón resucitado, que se mantenga sano, puro, libre, limpio, vacío, fiel, para que Dios lo habite en todo su ser.
Señor, ¿cómo es que haces todo esto?
Necesitamos encontrar el secreto de Jesús para hacer las cosas como Él las realizó y lo sigue haciendo. Jesús podría respondernos de dos maneras: “poniendo por obra todo lo que les he enseñado y mandado” (cf Mt 28, 20), y “permaneciendo unidos a la vid”. Como si nos dijera: “porque permanezco unido al Padre y el Padre en Mí” (cf Jn 15,4.8.16), y así, es el Padre quien hace las cosas en mí, es Él quien las lleva a cabo. Y lo que yo debo hacer es permanecer en su amor, en su Palabra, y poner por obra todo lo que nos ha testimoniado en esta Semana Santa. Es así como es Él que habita en mí, y yo que habito y permanezco en Él, lo que hace que todo sea posible (cf. Jn 6,51; 15, 5-7.9-10 14,13). De esta misma manera permanece Cristo en nosotros, siempre unido a nosotros. Él nos ha asegurado que estará con nosotros todos los días de la vida (Mt 28, 20). Él nos asegura su permanencia: “YO SOY EL QUE ERA, EL QUE SOY Y EL QUE SERÉ” (Apoc 1,8; 4,8; Ex 3,14). Él estuvo allí, en la historia de salvación, en la historia de mi vida, aún en esas partes difíciles de entender, de aceptar, de perdonar o de creer que Él ahí permaneció conmigo. Él está aquí y ahora, en el presente en el momento más importante de mi vida terrena; y es Él quien estará mañana y siempre, cuidando que se realice en nosotros su plan de Salvación, de santificación. Sólo nos pide “creer”: ¿Crees esto? (Jn 11,26). “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá, y todo el que esté vivo y cree en mí, jamás morirá” (Jn 11,25).