Espiritualidad y vida contemplativa: «Los ojos en Él»

Espiritualidad y vida contemplativa: «Los ojos en Él»

La espiritualidad o lo espiritual en la persona no es un añadido a la vida sino que forma parte de ella. Todos tenemos ese don ya dado y confiado por Dios, desde el Bautismo cuando el Espíritu Santo nos unge con su amor y promesa de bendición. Esto que llamamos espiritualidad, es lo más humano que hay en nosotros, la fuente de nuestra humanidad, por esto la importancia de cultivar el área espiritual en todas las personas y en todas las funciones que desempeña al servicio de la Iglesia y de la sociedad misma.

En relación a las religiosas (os) que optan por la llamada de Dios a la vida contemplativa desde un monasterio o convento, es bueno saber que “a ellos no les define la clausura como tal, sino la experiencia y calidad de vida contemplativa que tienen por vocación”, y esta llamada no tiene tiempo específico, fecha de caducidad, sino la del esposo-esposa de Cristo: “hasta que la muerte los separe”, y no depende sino del mismo Esposo que les llama, que les encamina y les mantiene, para la santificación de las almas.

¿Qué significa un monasterio de clausura

hoy y para la gente de hoy?

Un monasterio de religiosas (os) consagrados a la oración y una vida en trato de amistad con Dios, ahí donde esté, está llamado a ser una célula viva que colabora con su entorno, con la realidad existencial y eclesial donde habitan. Su trabajo de consagradas es ayudar, ofrendando sus vidas en bien de la humanidad, de la Iglesia, compartiendo el silencio y la oración, para el bien de las gentes que les rodean, llevando una vida sencilla y sobria. De esta manera ellas se suman a cuantos trabajan por hacer de este mundo un lugar mejor para todos. Por esto hemos de saber tal como Santa Teresa lo expone que: “No está nuestra ganancia en ser muchos los monasterios, sino en ser santas las que estuvieren en ellos” (Cta. 421). Ser santas para ayudar a la santidad de las personas donde el Señor les trae a vivir.

Es la encomienda de la misma Santa Teresa a las hermanas que hoy recibimos en esta fundación. Esto supone una vocación muy especial que tiene el don, dado por Dios, de mirar desde el amor el dolor y las necesidades del mundo. Esta capacidad de visión del alma, les mueve a dar sus vidas por el amor de Dios en el amor a las almas. Puestas en oración miran con los ojos de Dios, y contemplan con advertencia de amor el fin para el cual le han dicho sí al llamado que el Señor les ha hecho.

Abrir los ojos significa comprender el sufrimiento, hacerse cargo de él, acompañar a las personas y mantener la esperanza y la confianza en sus corazones. Significa estar dispuestos a escuchar y permanecer. Santa Teresa se los recuerda a sus hijas: “Por amor de Dios os pido que vuestro trato sea siempre ordenado a algún bien de quien hablareis (de quienes le reciben), pues vuestra oración ha de ser para provecho de las almas. Ya saben que sois religiosas y que vuestro trato es de oración” (C 20,3).

La vida consagrada es “vivir en

obsequio de Jesucristo”.

Esto se entiende en ser una vida en obediencia amorosa y en adhesión a Cristo, camino de vida y modelo de consagración al Padre. Los contemplativos esto lo hacen llevando una vida de oración continua, que es como el eje de toda la Regla y Constituciones por las que se guían en el camino de su consagración a Dios.

El monasterio que hoy tenemos la gracia de fundar en Panamá es “un obsequio de Jesucristo” para la Iglesia y sociedad panameña. Hermanas dedicadas al quehacer de la oración en servicio de la Iglesia que les acoge, Ofrecen sus vidas y los sacrificios que la vocación supone, en bien de las almas, al servicio de la Iglesia como lo orientó así Santa Teresa de Jesús al fundar el Carmelo Descalzo: “Vean las que vinieren que, teniendo santo prelado, lo serán las súbditas, y como cosa tan importante ponedla siempre delante del Señor; y cuando vuestras oraciones y deseos y disciplinas y ayunos no se emplearen por esto que he dicho, pensad que no hacéis ni cumplís el fin para que aquí os juntó el Señor” (C 3,10). Al referir al prelado o prelada es el superior jerárquico en la Iglesia, el Obispo, también al superior en la Orden religiosa, y superiora del mismo monasterio, que orando por la cabeza y teniéndole sana y santa así será el cuerpo al que anima.