Espiritualidad y política

Espiritualidad y política

Necesitamos una auténtica y mejor política, que sea verdaderamente amor político y caridad política. Por eso advierte el Papa Francisco, hace falta la mejor política puesta al servicio del verdadero bien común

P. Miguel Ángel Keller, osa

Pareciera que hablar de espiritualidad y política es como hablar del agua y el aceite, dos cosas que no se pueden mezclar. Porque la espiritualidad supone dejarse guiar por el Espíritu, mientras que la política es guiarse por los propios intereses y el egoísmo. Muchas veces es así, por desgracia, pero no debe ser así. Y esto es lo que piensa el Papa: “hace falta la mejor política puesta al servicio del verdadero bien común; en cambio, desgraciadamente, la política hoy con frecuencia suele asumir formas que dificultan la marcha hacia un mundo distinto”, (FT 154).

Necesitamos por eso una auténtica y mejor política, que sea verdaderamente amor político y caridad política: “Reconocer a cada ser humano como un hermano o una hermana y buscar una amistad social que integre a todos no son meras utopías. Exigen la decisión y la capacidad para encontrar los caminos eficaces que las hagan realmente posibles. Cualquier empeño en esta línea se convierte en un ejercicio supremo de la caridad. Porque un individuo puede ayudar a una persona necesitada, pero cuando se une a otros para generar procesos sociales de fraternidad y de justicia para todos, entra en «el campo de la más amplia caridad, la caridad política». Se trata de avanzar hacia un orden social y político cuya alma sea la caridad social. Una vez más convoco a rehabilitar la política, que «es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común» (FT 180)

Los enemigos de la auténtica política son el populismo, el inmediatismo y el neoliberalismo.

Los enemigos de la auténtica política son: populismo, inmediatismo y neoliberalismo. Democracia significa poder del pueblo, pero hay quien en vez de servir al pueblo se sirve de él. Y eso es el populismo: “Hay líderes populares capaces de interpretar el sentir de un pueblo, su dinámica cultural y las grandes tendencias de una sociedad. El servicio que prestan puede ser la base para un proyecto duradero de transformación y crecimiento, que implica también la capacidad de ceder lugar a otros en pos del bien común. Pero deriva en insano populismo cuando se convierte en la habilidad de alguien para cautivar en orden a instrumentalizar políticamente la cultura del pueblo, con cualquier signo ideológico, al servicio de su proyecto personal y de su perpetuación en el poder. O busca sumar popularidad exacerbando las inclinaciones más bajas y egoístas de algunos sectores de la población. Esto se agrava cuando se convierte, con formas groseras o sutiles, en un avasallamiento de las instituciones y de la legalidad. (FT 159)

Otra expresión de la degradación de un liderazgo popular es el inmediatismo. “Se responde a exigencias populares en orden a garantizarse votos o aprobación, pero sin avanzar en una tarea ardua y constante que genere a las personas los recursos para su propio desarrollo, para que puedan sostener su vida con su esfuerzo y su creatividad” Por ejemplo, con planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias, pero sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras (FT 161)

Y frente al neoliberalismo exagerado y el imperio de la economía de mercado, insiste Francisco en que «la política no debe someterse a la economía y esta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia». Aunque haya que rechazar el mal uso del poder, la corrupción, la falta de respeto a las leyes y la ineficiencia, «no se puede justificar una economía sin política, que sería incapaz de propiciar otra lógica que rija los diversos aspectos de la crisis actual». Al contrario, «necesitamos una política que piense con visión amplia, y que lleve adelante un replanteo integral, incorporando en un diálogo interdisciplinario los diversos aspectos de la crisis». Pienso en «una sana política, capaz de reformar las instituciones, coordinarlas y dotarlas de mejores prácticas, que permitan superar presiones e inercias viciosas». No se puede pedir esto a la economía, ni se puede aceptar que esta asuma el poder real del Estado (FT 177).

En este sentido habla Francisco de la política como caridad y amor social, pero hechos reales, en la práctica y con atención especial a los últimos y marginados.  Es «un acto de caridad igualmente indispensable el esfuerzo dirigido a organizar y estructurar la sociedad de modo que el prójimo no tenga que padecer la miseria». Es caridad acompañar a una persona que sufre, y también es caridad todo lo que se realiza, aun sin tener contacto directo con esa persona, para modificar las condiciones sociales que provocan su sufrimiento. Si alguien ayuda a un anciano a cruzar un río, y eso es exquisita caridad, el político le construye un puente, y eso también es caridad. Si alguien ayuda a otro con comida, el político le crea una fuente de trabajo, y ejercita un modo altísimo de la caridad que ennoblece su acción política, (FT 186).