En el capítulo 23 de Lucas, Jesús es condenado por las autoridades religiosas que manipularon la ley contra Él, ya que el Sanedrín no podía ejecutar la sentencia, pues esto sólo estaba permitido al poder romano.
Le hacen tres acusaciones falsas: La económica, que incitaba a no pagar impuestos al emperador; la política, pretendía usurpar el poder del emperador afirmando que es Mesías y Rey; la ideológica, que es un subversivo, provoca disturbios y rebelión del pueblo.
Jesús está ante Pilato, gobernador romano, quien va directo al aspecto político: ¿Eres tú el Rey de los judíos? y su respuesta es casi una negación. Pilato descubre que Jesús es galileo y lo envía a Herodes, tetrarca de Galilea, quien sólo querrá satisfacer su curiosidad; por ello, a sus preguntas Jesús responde con silencio. Herodes se molesta, lo disfraza y devuelve a Pilato quien, no hallándole culpable, decide darle un escarmiento.
En el verso 12, Lucas nos da a entender que las autoridades, por más enemigas que sean, siempre terminan entendiéndose, preservando así el principio de poder.
Entonces comienzan a gritar: ¡crucifícale y suelta a Barrabás! (un jefe de revoltosos inconformes del sistema romano), y esto es lo curioso: que Jesús es acusado de esto mismo, dado que su proyecto responde a un pueblo que busca liberación y vida. Pero la multitud, azuzada por las autoridades judías, piden la muerte de Jesús y la libertad de Barrabás.
Las autoridades sabían quién era más peligroso, porque el proyecto de Jesús iba más allá de una simple guerrilla terrorista: Jesús quería transformar la sociedad en todos los niveles: social, religioso, político y económico. Pero Pilato cede a la gritería y así rechazan el proyectos de Jesús.