La dimensión social de la evangelización

La dimensión social de la evangelización

El capítulo cuarto de la Evangelii Gaudium (“La alegría del Evangelio”) lleva por título La dimensión social de la Evangelización. Ya desde el principio, Francisco afirma que, si se olvida esta dimensión social y no aparece explícitamente y con claridad, “siempre se corre el riesgo de desfigurar el sentido auténtico e integral que tiene la misión evangelizadora”. Porque “en el corazón mismo del Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los otros” y “el contenido del primer anuncio tiene una inmediata re- percusión moral cuyo centro es la caridad” (EG 176-177).

En efecto, evangelizar es anunciar el Evangelio de Jesucristo, la Palabra de salvación. No sólo para escucharla, estudiarla, aprenderla o enseñarla, sino para ponerla en práctica. Empezando por eso con el mandamiento del amor, y comprometiéndose con la realidad del Reino en el que los pobres y marginados son los primeros. Así lo han entendido siempre los mejores cristianos de todos los tiempos, y así lo ha proclamado especialmente la teología latinoamericana.

En el desarrollo de nuestro Plan pastoral arquidiocesano, la meta del año 2018 propone “compartir fraternalmente para ser signos de comunión en una Iglesia joven y fermento de una sociedad más justa, fraterna y humana”. Lo que implica el cultivo y vivencia de los valores de la fraternidad y la solidaridad, en torno a los cuales giran las acciones significativas de este año.

La acción significativa del mes de julio nos pide identificar las familias pobres y abandonadas de la comunidad para brindarles apoyo, puesto que la pobreza y la marginación son signos de la falta de justicia y fraternidad. Es inaceptable lo que el Papa Fran- cisco llama “economía de la exclusión y la inequidad”, que se manifiesta en actitudes persona- les de egoísmo y materialismo, olvidando que no podemos servir a Dios y al dinero (Mt 6,24) y generando estructuras sociales igualmente contrarias al Reino de Dios.

La Iglesia no es una ONG, pero tampoco se puede encerrar en la sacristía y las celebraciones litúrgicas, al margen del sufrimiento de los pobres y las víctimas de la injusticia. La pastoral social tiene entonces una primera dimensión asistencial, concretada en las obras de misericordia corporales y espirituales, al estilo de la Madre Teresa de Calcuta.
Pero de acuerdo al sabio dicho “si alguien tiene hambre, dale un pez, pero mejor enséñale a pes- car”, las comunidades cristianas tienen que comprometerse con acciones y programas de promoción humana: formación, educación, acompañamiento, capacitación…, de forma que los pobres puedan ser protagonistas de su propia liberación y desarrollo, sin caer en la tentación del paternalismo.

Igualmente, es necesario evitar otra frecuente tentación: intentar que la caridad (entendida sobre todo como limosna) sirva de tapadera a la injusticia. La pastoral social exige también formar en la Doctrina social de la Iglesia, anunciar sus exigencias y denunciar las estructuras injustas contrarias a la misma, culpables de la pobreza y generadoras de la “cultura del descarte”, porque no eliminan las causas de la pobreza.

A todo ello nos invita la acción significativa del mes de julio, como medio de practicar la caridad y promover la fraternidad. Empecemos por ese sencillo gesto de visitar y ayudar a personas y familias necesitadas, pero no nos conformemos con ello. Como no se conformó Jesús de Nazaret y como nos pide la Iglesia de los pobres.