“La Eucaristía es el desvivirse de Dios por nosotros”, Monseñor Ulloa.

“La Eucaristía es el desvivirse de Dios por nosotros”, Monseñor Ulloa.

Redacción: redaccion@panoramacatolico.com

Con la Misa del Jueves Santo, la Iglesia comienza el Triduo Pascual. El Arzobispo de Panamá, Monseñor José Domingo Ulloa, la celebró en el Seminario Mayor San José, y en este marco anunció que el clero arquidiocesano donará el subsidio del mes de abril, que cada uno recibe, para apoyar las obras de caridad.

Y en su homilía recordó que el Jueves Santo se celebra la misa de la Cena del Señor, y se conmemora la institución de la Eucaristía, el sacramento en el que se renueva el orden sacerdotal.

“Esta Cena nuestra se inscribe no en el pasado de aquel año en que Jesús murió y que recordamos, sino en la perenne presencia de un misterio que se actualiza en cada Eucaristía y da sentido a nuestra vida”, dijo el Arzobispo. 

Con firmeza señaló que “hoy es el día del año más oportuno para reflexionar sobre la misa, su naturaleza e importancia”, y dijo que sin Eucaristía no se puede vivir. 

“La Eucaristía es el desvivirse de Dios por nosotros”, afirmó el Arzobispo de Panamá.

“Cuando llegue la muerte, todas esas comuniones, que han asimilado a Cristo resucitado, serán en nosotros semilla de vida eterna en la resurrección”, agregó para referir la importancia de la Gracia de la Eucaristía.

Citando palabras de San Óscar Arnulfo Romero, dijo a los sacerdotes: “Hoy todos nosotros renovamos el ser la voz de los que no tienen voz, y micrófono de Dios”. 

Debido a la crisis sanitaria, este Jueves Santo no se realizó la Misa Crismal ni el rito del lavatorio de los pies. 

Respetando las limitaciones de movilidad impuestas por el confinamiento obligatorio, los fieles pudieron experimentar la conmemoración cristiana de la Pasión sin salir de casa, siguiendo la transmisión por FETV y Radio Hogar.

 

A continuación, el texto completo de la Homilía de Monseñor Ulloa desde la capilla de su casa.

Homilía Jueves Santo

Mons. José domingo Ulloa Mendieta

Arzobispo de Panamá

Hermanos y hermanas:

Una vez más, somos testigos esta tarde del misterio que se hace presente. No estamos aquí para recordar al fundador difunto de una religión, lo nuestro no es simple recuerdo, la Eucaristía es memorial, es decir, se actualiza su presencia, su entrega. 

Esta Cena nuestra se inscribe no en el pasado de aquel año, en que Jesús murió y que recordamos, sino en la perenne presencia de un misterio que se actualiza en cada Eucaristía y da sentido a nuestra vida.

Está cenando con nosotros el Señor. Ahora. Y ahora nos hace también esta pregunta: ¿Comprenden lo que he hecho con ustedes? ¿Lo comprenden? ¿Comprendemos lo que Jesús ha hecho con nosotros?   Hoy no nos pregunta el Señor si sabemos cuáles fueron sus palabras, que las tuvo hermosas y en ellas está nuestra vida. Nos pregunta, en concreto, si entendemos lo que ha hecho. 

¿Qué ha hecho, el Señor? ¿Tan importante es? 

El Jueves Santo Cristo instituyó el sacramento de la Eucaristía, que la Iglesia honra de forma particular este día, constituyendo el monumento para la adoración de los fieles hasta el Viernes Santo. 

Por eso hoy es el día del año más oportuno para reflexionar sobre la Eucaristía, su naturaleza y su importancia.

La locura de Dios por nosotros

  1. Cercanía. El amor pide con “indistancia”. Las personas que se quieren no aguantan la lejanía del otro, se sufre su ausencia, desean estar juntas, cara a cara. «Descubre tu presencia / y máteme tu vista y hermosura; / mira que la dolencia / de amor, que no se cura / sino con la presencia y la figura». Es la expresión poética de San Juan de la Cruz que nos confirma que, sin la presencia del amado, de algún modo, uno está herido, se muere.

Una campaña publicitaria de una Telefónica, hace años, proclamaba: Lo importante es hablar. 

Evidentemente quería incentivar el uso y consumo del teléfono. Pero podemos afirmar que el mensaje no es verdadero. Al niño que ama a su padre (o al novio o novia) y que está de viaje por motivos profesionales, lejos del hogar, incluso en el extranjero, no le basta hablar: quiere tener a su padre en casa, no lejos. 

Incluso hoy, con el progreso y posibilidades de los terminales telefónicos respecto de esa campaña publicitaria (era anterior a los teléfonos móviles inteligentes, por supuesto), con los cuales podemos ver por vídeo y hablar… no basta. Hoy, queremos el cara a cara de aquel a quien queremos. El invento de Dios para estar cara a cara, indistante, cercano, en signo sacramental, pero real, es la Eucaristía.

  1. La Eucaristía también es Entrega. «Quiero estar siempre contigo y para eso invento quedarme», no de modo estático, claro está. Ese es un gran malentendido sobre la presencia real de Cristo en la Eucaristía.

 Su presencia y cercanía es siempre dinámica: las palabras «esto es mi Cuerpo/Sangre que se entrega por vosotros», son permanentes y actuales en cada momento de la Eucaristía. 

No agotan su contenido, una vez que las pronuncia el sacerdote, para que se realice la presencia real de Cristo sobre el altar, mediante las formas y el vino. «Se entrega». 

El amor es entrega, es donación. Hoy nuestra civilización ha vaciado el contenido de la palabra amor, sensiblemente, eróticamente, y ha perdido la entraña última que genera la unión verdadera de las personas, que expresa lo que es el amor: entrega y voluntad de donarse al otro.

  1. La Eucaristía es Desvivirse. Hay una expresión hogareña en la que el marido o la mujer pueden llamar al otro: «¡Mi vida!». También los padres a los hijos: ¡«Mi vida!». A veces incluso elevando la voz y con cierto enfado si se ha hecho algo mal. No importa: ¡mi vida! 

El que así habla suele desvivirse por el otro. Desvivirse es un verbo denso y rico de nuestra lengua castellana: es vivir la vida, dando la vida para que otros tengan vida. No hay aquí ningún juego de palabras. Vuelve a leerlo y lo verás.

La Eucaristía es el desvivirse de Dios por nosotros: vivir su Vida (divina, eterna…), dando su Vida, para que nosotros vivamos. Y aquí entra otro aspecto de la Eucaristía. Se vive cuando uno se nutre y bebe. El hambre provoca la muerte. En la Eucaristía, el que es Vida Eterna, y se nos quiere dar para que le comamos, «tomad y comed», quiere ser comido, comulgado. 

Por eso, se puede decir con verdad que sin Eucaristía no se puede vivir. Esta es la angustia que vivimos hoy los cristianos. Evidentemente, en camino hacia la eternidad, pero cuando llegue la muerte todas esas comuniones, que han asimilado a Cristo resucitado, serán en nosotros semilla de vida eterna en la resurrección.

Nuestro Dios debe estar loco (de amor): cercano, entregado, para que le comamos y vivamos. ¿O somos nosotros los locos porque no nos enteramos?

Por eso podemos comprender que la Iglesia vive gracias a la Eucaristía. Vivimos gracias a la Eucaristía. Y por eso la Iglesia nunca ha dejado de celebrar la Eucaristía. Sería su muerte. 

No seríamos la Iglesia de Jesús. Causa pena grande la incomprensible devaluación que muchos de nosotros hacemos de la Eucaristía. ¿Comprendéis lo que he hecho? ¿Atinamos a valorar la Eucaristía? ¿Qué más puedo hacer, además de dejarme comer?

¿Cuál es el valor y la importancia de la eucaristía? 

La eucaristía es la más sorprendente invención de Dios. Es una invención en la que se manifiesta la genialidad de una Sabiduría que es simultáneamente locura de Amor.

¿Cómo no sorprendernos por las palabras “esto es Mi cuerpo, esta es Mi sangre”? ¡Qué mayor realismo! 

¿Cómo no sorprendernos al saber que es el mismo Creador el que alimenta, como divino pelícano, a sus mismas criaturas humanas con su mismo cuerpo y sangre? 

¿Cómo no sorprendernos al ver tal abajamiento y tan gran humildad que nos confunden? Dios, con ropaje de pan y gotas de vino… ¡Dios mío!

Nos sorprende su amor extremo, amor de locura. Por eso hay que profundizar una y otra vez en el significado que Cristo quiso dar a la eucaristía, ayudados del evangelio y de la doctrina de la Iglesia. 

Nos sorprende que, a pesar de la indiferencia y la frialdad, Él sigue ahí fiel y firme, derramando su amor a todos y a todas horas.

Por eso, el muy querido y recordado San Juan Pablo II regaló a la Iglesia una Encíclica, fechada el 17 de abril el año 2003, con el título “Ecclesia de Eucharistia”, en la que expone de manera muy clara y profunda la relación de la Sagrada Eucaristía con la Iglesia: “La Iglesia vive de la Eucaristía”; en el Santísimo Sacramento encuentra su tesoro más precioso y el alimento que sostiene su peregrinar por la historia.

En dicha Encíclica, el San Juan Pablo II nos exhortaba a contemplar a Cristo en el sacramento vivo de su cuerpo y de su sangre” (Juan Pablo II: “Ecclesia de Eucharistia”, n.6) y dice el Papa: esto implica saber reconocerle dondequiera que Él se manifieste, en sus múltiples presencias.

 -Por eso, cada vez que nos reunimos a celebrar la Eucaristía hemos de quedarnos maravillados ante el amor tan grande de Jesús por nosotros: “habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo de dar la vida por nosotros”.

Por eso, el Papa Juan Pablo II nos llamó e invitó a renovar nuestro “asombro eucarístico”. Quisiera decirles algunas razones de este asombro.

Iluminados por la luz del Espíritu Santo proclamamos nuestra fe en la presencia real, verdadera y substancial de Jesucristo en la Eucaristía. El pan se convierte en el Cuerpo de Jesucristo y el vino se convierte en la sangre de Jesucristo. 

 “La Eucaristía es el sacramento de la presencia real, verdadera y sustancial del cuerpo y de la sangre del Hijo en su entrega siempre actual por nosotros”. En la Eucaristía, Jesús se pone a nuestro alcance y eso es una gran suerte. 

-De tal manera, los cristianos que entendemos todo esto, no podemos prescindir de la eucaristía, tampoco trivializarla como algo monótono o aburrido.

-Los que no vienen a Misa normalmente, valoran la Eucaristía de una manera estética, exterior y sólo con la vista de los ojos (no la del corazón).

-Los que no ven la grandeza de la Eucaristía, sólo ven si la Misa es larga o corta, amena o aburrida, sosa o participada… pero no valoran el centro y lo más importante que: JESUS ESTÁ PRESENTE, por encima de que la celebración sea más espectacular o menos.

-El cardenal vietnamita Van Thuan, encerrado casi toda su vida en la cárcel por el comunismo, había conseguido que el carcelero le diese cada día unas gotitas de vino, y un pedacito de pan, con eso celebraba misa cada día. Sin más cáliz y patena que sus manos, sin altar, sin iglesia, sin pueblo, sin nada. Y JESÚS ESTABA ALLÍ, y EL ERA FELIZ A PESAR DE SU ENCIERRO.

-Que nosotros también nos sintamos felices de estar con Jesús cada vez que celebramos la Eucaristía, independientemente del decorado y del sacerdote, de los cantos… que estemos felices porque JESUS ESTÁ CON NOSOTROS, por eso es hermoso estar con él.

En esta noche de preguntas, la respuesta es el Amor. El Amor se convierte en el criterio: “los amó hasta el extremo”. Así es Dios con nosotros. Este es el banquete al que Dios nos invita. Y Él mismo será el cordero. Y celebraremos la Pascua, el paso de Dios por nuestra vida, para arrancarnos de la muerte, de lo que nos esclaviza, de lo que nos impide vivir y caminar como pueblo suyo, y llevarnos a la Vida, a la Libertad, al Amor hecho servicio, entrega y solidaridad. Así nos quiere Dios.

 

¿Que más ha hecho Dios en esta última cena?

El sacerdocio

Lo que ha hecho con nosotros es “elegir con amor de hermano, a hombres del pueblo de Dios para que participen de su sagrada misión”. Esos son los sacerdotes del Señor. Dirá Jesús que el Padre se los dio. El los guardó para la Iglesia, y los sigue guardando y se los da. Y así los sacerdotes aseguran la Eucaristía, y renuevan el sacrificio redentor y el banquete pascual y ponen también sobre la mesa el pan abundante de la Palabra. Y hoy nuevamente nos vuelve a preguntar ¿Comprendéis lo que he hecho? ¿Comprenden que necesitan sacerdotes? ¿Comprendéis que es responsabilidad de todos que haya sacerdotes? Y nos pregunta a cada uno de nosotros sacerdotes ¿sabes por qué y para qué te elegí?

¿Quién ocupa el primer puesto en el banquete de la Misa? Si respondes deprisa, dirás: «el sacerdote».

¿Qué y quién es un sacerdote?: los sacerdotes somos los camareros de Cristo: él, como buen camarero ¿qué hace?: te entrega la Palabra, te da de comer, y, mientras tú rezas devotamente después de comulgar, él apenas puede hacerlo, porque tiene que darte la comunión a ti. 

El sacerdote, en misa, es el penúltimo. El último es Cristo, escondidito en la Hostia y entregado como Víctima y como alimento.

El primer puesto, en la misa, lo ocupa el que se pasa la misa chateando con el móvil; el que llega a misa vestido de cualquier forma, porque dice que aquello es su casa y se viste como quiere; el que entra en la iglesia, y, sin hacer siquiera una genuflexión, se sienta en el banco con las piernas cruzadas como si fuera a ver la televisión. 

Estas personas entran en el templo como si fueran los amos. Mientras tanto, el Señor se entrega como el siervo de todos.

Si, de verdad, quieres ocupar el último puesto en el banquete de la misa, adora al Señor. Póstrate, y sitúate por debajo de Él.

Queridos feligrés, en este día del sacerdocio: hoy todos nosotros renovamos el ser la voz de los que no tienen voz “(agosto de 1977). Y hoy puede reiterarles a ustedes sacerdotes y a ustedes comunidad “Con este pueblo noble como son cada uno de ustedes no cuesta ser un buen pastor, ustedes son un pueblo que empuja a su servicio a quienes hemos sido llamados para defender sus derechos y para ser su voz” (noviembre, 1979).

Se han cerrado los templos, pero se han abierto miles de templos en la Iglesia doméstica que es vuestro hogar. Por eso, cada uno de ustedes tiene que ser un micrófono de Dios” (julio, 1979). “Siento que no soy yo más que el humilde canal, como el micrófono que está transmitiendo, agradando mi voz. Yo soy el micrófono, nada más, de Dios, para hacer llegar a los oídos de ustedes lo que Dios les quiere mandar a decir” (noviembre, 1977). “Y por eso, la voz de la Iglesia ha sido siempre la voz del evangelio; no puede ser otra. Que ese evangelio toque, muchas veces, la llaga viva, es natural que duela; pero es la voz del evangelio” (noviembre, 1977). «Ustedes y yo somos profetas; somos el pueblo profético» (julio, 1979). Porque la palabra de Dios no está apagada.

Que otra sorpresa nos da el Señor se hace siervo y nos enseña un mandato nuevo.

 Lo que el Señor ha hecho con nosotros es algo impensable. Es “poner en nuestras manos su palangana y su toalla”.  Nos ha confiado hacerle presente entre los hombres. ‘Nos toca a nosotros, no sólo repetir sus enseñanzas, sino algo tan sencillo como ponernos a los pies de los hombres’.

 Hacer lo que nadie quiere: lavar los pies. No nos compliquemos más la vida. Nuestro puesto no es el trono ni los troníos.  Jesús lo llama “amor fraterno”. Nuestro amor a Jesús solo es verdadero si amamos y servimos a los hermanos.

No hemos comprendido lo que Él ha hecho. Pero es también cierto, Señor, que muchos te han imitado. En este tiempo los hemos visto lavando los pies, y se han jugado la vida. Han sido millares y millares, mayores, jóvenes, y hasta niños, a lo largo de la historia y hoy también. 

Y hoy, en esta misa, la Iglesia quiere que el sacerdote lave los pies de doce personas, en memoria de los doce apóstoles. Pero en nuestro corazón debemos estar seguros de que el Señor, cuando nos lava los pies, nos lava del todo, nos purifica, nos hace sentir de nuevo su Amor. En la Biblia hay una frase, en el profeta Isaías, tan hermosa; dice: “¿Puede una madre olvidar a su hijo? Pero, aunque una madre se olvidara de su niño, yo nunca me olvidaré de ti “(cf. 49:15). Así es el amor de Dios por nosotros.

Hoy no lavaré los pies de ustedes, ese ministerio lo está haciendo mucha gente, en los Hospitales, ayudando a los más pobres y enfermos. 

Pero en ustedes están todos, todos, todos. Todos los que viven aquí. Ustedes los representan. Pero también necesito ser lavado por el Señor, y les pido que recen por mi durante esta misa para que el Señor lave también mi suciedad, para que yo sea más esclavo que ustedes, más esclavo en el servicio a las gentes, como lo fue Jesús.

Ahora comenzamos esta parte de la celebración.

En este momento te invito a ti papá o mamá, o a ti hijo si tienes el coraje, lávale los pies a uno de la familia, y sigamos entrando en esta noche de preguntas con un corazón abierto al Amor, y sentir esa cercanía amorosa de Dios con cada uno de nosotros. 

Siente como te llama el Señor y te invita a remangarte los pies. No seas reacio, si quieres ser de los suyos, déjate lavar. Dile como Pedro: “Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza”. 

Ahora eres servidor de todas las personas, servidor especialmente de los más pobres, por puro Amor, como Dios hace contigo. Que tu respuesta sea hoy, y siempre, el Amor.

Esta es nuestra constitución de creyentes. Esto es lo que Jesús espera de nosotros, de cada uno y de nuestra Iglesia.

PANAMÁ, acatemos las normas que nuestras autoridades han implementado. Por ti, por los tuyos por Panamá -Quédate en casa.

†  JOSÉ DOMINGO ULLOA MENDIETA, O.S.A.

ARZOBISPO METROPOLITANO DE PANAMÁ