La fiesta patronal de San Judas Tadeo, el 28 de octubre en Juan Díaz, es una celebración apoteósica, a la que asisten miles de fieles de la capital y otras áreas del país para participar en la novena, en la procesión y en la Eucaristía en la Arena Roberto Durán.
Para su párroco, Severo Samaniego, también administrador de la Arquidiócesis de Panamá, es un tiempo de gracia, de encuentro entre hermanos; es especial para hacer un alto, revisarnos y aprender del santo, como modelo, a vivir con Jesucristo. Esa es la esencia de la fiesta, explicó.
La celebración “nos ayuda a encontrarnos con los que vienen, con los que van, con los que llegan siempre, con los que vienen solo a la procesión; son momentos para dar la bienvenida al hermano y para fraternizar con él”, destacó.
El fruto de la fiesta debe ser una comunidad más unida, con el Espíritu Santo y Jesucristo como protagonistas, porque el Señor invita a ser discípulo, a ser obedientes, enfatizó. Es un encuentro, como lo tiene que ser la Eucaristía de cada domingo, el Adviento, la Navidad o la Pascua, añadió.
El padre, mirando más allá de la celebración de este año, hizo hincapié en que ahora se trata también de un ejercicio a lo interno de la comunidad parroquial, como preparación para la acogida, el saludo y la bienvenida que debemos dispensar a los miles de jóvenes que visitarán Panamá durante la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ).
“No nos quedemos en la imagen”
Por otro lado, el sacerdote se refirió a los fieles que se congregan para pedir favores a San Judas Tadeo, el abogado de los casos difíciles y desesperados. Les recordó que él intercede, sí, pero que no debemos quedarnos en la imagen, sino que tiene que haber un resultado de fe, porque le estamos pidiendo a un Dios vivo y su palabra nos tiene que transformar. Él está vivo en Jesús y puede interceder.
No se trata de magia, sino de conversión. Hay que pedirle por la conversión que nos permita hacer cambios desde dentro, para apostar por que la corrupción se comience a acabar desde cada uno de nosotros, desde la familia, desde la comunidad.
El párroco les envía un mensaje claro a los fieles: la celebración de la novena, de la procesión, de las visitas a los enfermos y la Eucaristía, es una oportunidad para crecer como personas, como hermanos, como comunidad, lo que fortalece los vínculos para que formemos la Iglesia que el Señor quiere: es una, santa, católica y apostólica.