Teniendo en cuenta que el amor humano posee cuatro dimensiones: biológica, afectiva, personal y trascendente, es importante reconocer que cuando alguna de ellas no está integrada en la relación matrimonial se produce un efecto nocivo en el establecimiento de un amor que de por sí debe ser para siempre.
La dimensión biológica es aquella que involucra exclusivamente el cuerpo de un modo eminentemente instintivo sin conocimiento primario de la otra persona. La “química” inicial de aquellos que al verse se gustan.
La dimensión afectiva empieza a aparecer cuando se descubren valores emocionales y afectivos en la otra persona y no se le mira exclusivamente por el lente erótico, es decir, por el simple deseo sexual.
La dimensión personal involucra todo el individuo en su libertad, inteligencia, voluntad y afectividad, de tal modo que ya no sólo se le ama con el cuerpo, con el deseo ni con los simples sentimientos sino que se está dispuesto a asumir compromisos que perduren en el tiempo.
La dimensión trascendente es la que ayuda a comprender que un amor humano está llamado a convertirse en un amor divino y que ambos están llamados a la mutua santificación, si permiten que Dios sea el garante de cuanto quieren hacer y vivir el uno en favor del otro.
El peligro de la desintegración de estas cuatro dimensiones está en el hecho de que cada una de ellas, tiene enormes debilidades que le hacen vulnerable en el tiempo y en la convivencia.
Sólo la unidad de estas cuatro dimensiones, hará del amor humano una verdadera experiencia liberadora y santificadora.