Hay que partir, en primer lugar, del hecho de que se celebra algo porque estoy conmemorando o festejando algo que me llena de alegría, me satisface, me llena. Cuando hablamos de celebraciones cristianas o litúrgicas, significa que estamos celebrando una fe que estamos viviendo, que estamos asumiendo como referente en nuestras vidas. Celebramos nuestra fe en Jesucristo, vivo y resucitado, que se hace presente en cada acontecimiento de nuestra vida, personal, comunitaria, social.
Si Jesucristo no es alguien esencial en mi vida, entonces ninguna celebración litúrgica será referente y tendrá significado para mí por más adaptaciones que hagamos a estas celebraciones. No se va a una celebración para provocar una “conversión inicial” de una persona, aunque, claro está, que esta podría darse porque Dios se manifiesta como quiere, cuando quiere y en el lugar que quiere.
En este sentido, antes de ver qué pasa con nuestras celebraciones, tenemos que plantear el problema de qué pasa con nuestras comunidades de fe cristiana. Para que una celebración comience a ser significativa, la comunidad es la que tiene que significar algo para los demás, ya que la comunidad cristiana que vive su fe es la primera catequesis viviente. Es la comunidad la que debe atraer, por su manera de vivir la caridad y la comunión fraterna, a aquellos que son indiferentes o no están convencidos de la presencia de Dios en nuestra vidas. Esta koinonía eclesial debe ser una catequesis permanente de referencia para ellos.
La cercanía es esencial a la evangelización, y por tanto, a la diakonía, a la caridad. Y esto es una realidad que cuestiona nuestras celebraciones. Muchas veces vienen a nuestras celebraciones personas que no frecuentan casi nunca la Iglesia y, ¿qué recibimiento le damos? La comunidad sabe muy bien quienes frecuentan las celebraciones y quien nos está visitando por primera vez. Y dejamos pasar este momento para practicar esa acogida fraterna de una comunidad a una oveja que, tal vez, esté pasando, momentos difíciles en su vida, o busca sentirse parte de algo. ¿Cómo se sentiría si se sintiera amado y acompañado por esa comunidad? ¿Qué impresión se llevaría al ver una comunidad alegre al celebrar su fe? Sin duda, le llamaría la atención y suscitaría una reflexión por su parte de lo que ha visto en esa celebración.
Por tanto, se necesita de una pastoral de la escucha. El tiempo que gastemos en atender a las personas es ganancia para el Reino y es fundamental en la catequesis para poder realizar una educación en la fe que tome en cuenta la realidad del catequizando.