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Los miedos nos causan esclavitud

Los miedos nos causan esclavitud

Nuestra vida terrena, indudablemente, estará llena de situaciones que agradan y desagradan, pero si estamos unidos al Señor, no hay que tener miedo.

Roquel Cárdenas

Los hombres, en términos generales, nos engañamos debido a las consecuencias del pecado original, que nos hace pensar de manera ilusoria, que lo podemos todo sin Dios. Por otro lado, existe una corriente pelagiana muy fuerte en la sociedad de hoy día, que proclama que el hombre lo puede todo y que no tiene límites para su capacidad.

Se enmascara en un positivismo a ultranza en que la persona se engaña de que es capaz de atraer todo lo bueno y evitar la malo, por la sola fuerza de su pensamiento optimista. Es lo que se podría llamar optimismo ilusorio, que enmascara sus miedos en una persistente e infundada expectativas de que los acontecimientos que están por venir se darán siempre de acuerdo con mis expectativas.

Esta forma de vivir a espalda de la realidad, que está muy extendida hoy día, es una verdadera fábrica de personas angustiadas. Solo basta que la tormenta del infortunio toque su casa construida en las arenas del falso optimismo, para que todo se venga abajo. Aquella persona que estaba llena de energía, que tenía tantos planes que realizar y se lanzaba al futuro sin ningún temor, se convierte en un abrir y cerrar de ojos en una persona desganada, sin expectativas y atrapada en el miedo al fracaso.

Esta forma mundana de ver la vida se ha revestido de valores cristianos y propuesto la instrumentalización de Dios a los caprichos humanos. Es decir, ha surgido la corriente de pensamiento que propone que Dios nos dará todo lo que le pidamos tan solo con “pactar” con ÉL.

Está enfocado en una visión mercantilista de la vida, en lo que lo más importante es la prosperidad económica y que la misma es signo de la bendición divina. Ya la máxima aspiración no es la santidad o la fidelidad a Dios, sino la prosperidad material, que a su vez es el signo de esa fidelidad a Dios.

Ya la máxima aspiración no es la santidad o la fidelidad a Dios, sino la prosperidad material.

Dicho en términos sencillos, si eres cristianos y eres rico es porque cuentas con la bendición divina, al contrario, si eres cristiano y pobre es porque te falta fe, tiene algún pecado que no te deja prosperar o no te has atrevido a pactar con Dios. Esto también es una fábrica de personas alteradas que se sienten depreciadas por Dios porque no alcanza las riquezas que tanto esperan.

La Iglesia nos enseña que hay una providencia divina y que debemos confiar en ella, no en una actitud pasiva sino en una actitud activa de trabajos y espiritualidad, en comunión con Dios. No se trata de que Dios hace lo suyo y yo lo mío de manera paralela, sino de que Dios hace lo suyo y se une conmigo para que juntos hagamos lo mío. El Catecismo de la Iglesia Católica, en el 301, nos enseña: “Reconocer esta dependencia completa con respecto al Creador es fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y confianza:

«Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces pues, si algo odiases, no lo hubieras creado. Y ¿cómo podría subsistir cosa que no hubieses querido? ¿Cómo se conservaría si no la hubieses llamado? Mas tú todo lo perdonas porque todo es tuyo, Señor que amas la vida», Sabiduría 11, 24-26.

La vida de Cristo es fuente de inspiración para la nuestra, hagámonos con sinceridad algunas preguntas sobre la existencia terrena de Jesús: ¿tuvo buenos momentos?, ¿sufrió?, ¿le ocurrieron cosas desagradables?, ¿fue amado?, ¿fue despreciado? Pero lo importante es que todo lo vivió bajo la premisa de que “no se haga mi voluntad sino la tuya”, refiriéndose al Padre.

Nuestra vida terrena indudablemente estará llena de situaciones que me agradan y me desagradan, pero lo que no podemos olvidar es que si estamos unidos al Señor entonces: “… sabemos que Dios dispone todas las cosas para bien de los que lo aman, a quienes él ha escogido y llamado”, Romanos 8, 28.