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Muchos llamados, pocos elegidos

Muchos llamados, pocos elegidos

El evangelio de Lucas nos revela que antes de escoger a sus apóstoles, Jesús “pasó la noche en oración… y al amanecer llamó a los apóstoles por su nombre…”. Preguntemonos si nuestra vocación de catequista es producto de una noche de oración. Si mi nombre se le enredó en los labios al Señor cuando hablaba con el Padre, si el Señor pensó: “Mmm … me gusta fulano de tal para Catequista…”. El catequista se afana por transmitir contenidos, pero la catequesis es un proceso.

El contenido se puede dar en pocos meses, pero hay que dar tiempo para que el proceso ocurra, pues se trata de llevar al niño, al joven, al adulto, a un encuentro personal con Cristo, a que experimente la grandeza del amor de Dios y a que se sienta impulsado a iniciar la transformación de su vida para convertirse en un verdadero cristiano, fiel seguidor de Jesús y de su camino de salvación.

La vocación del Catequista es una elección muy especial del amor de Dios, a la que hay que responder con generosidad, con fe y con amor. Se recibe por medio de un triple llamado: (1) el llamado de Dios: como Cristo llamó a los Apóstoles, la Iglesia sigue llamando a los Catequistas en su nombre; (2) el llamado de la Iglesia: los pastores de la Iglesia llaman a los laicos para que cooperen en su apostolado profético y (3) el llamado de la comunidad: las necesidades actuales del pueblo son repetidas llamadas al apostolado.

El Catequista es aquel que oye el triple llamado y siente la necesidad de trabajar en la educación cristiana de los hijos de Dios; se prepara en su misión y se pone al servicio de la comunidad, para el cultivo de la fe en todos los bautizados