Si estuviesen claros antes de casarse de que el matrimonio no es un lecho de rosas, convendría recordar lo que nos enseñó el Señor Jesús: “Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios junte, no lo separe el hombre”. Mateo 19:6.
Ese pasaje sencillo encierra una profunda enseñanza y muestra, sin mayores rodeos, que el plan de Dios no es la separación de la pareja ni el quiebre definitiva de la relación. Pese a ello, no podemos ignorar que, por lo general, toda relación incluye altibajos.
Sea cual fuese la situación de dificultad que se presente, deben detenerse y no pensar en el divorcio como la primera o única opción para dar solución al problema. La Palabra de Dios enseña que el divorcio jamás ha estado en su plan: “Odio el divorcio, dice Yavé, Dios de Israel, y al que hace el mal sin manifestar vergüenza. Tengan, pues, mucho cuidado y no cometan tal traición.» Malaquías 2:16.
Las dificultades se derivan del egoísmo, de la falta de preparación para vivir en pareja, la diferencia de temperamentos, el simple hecho de ser distantes como hombre y mujer, o se complica cuando uno de los dos no sabe cómo amar o, simplemente, no quiere hacerlo.
A partir de estas sencillas reflexiones es necesario hacer un alto en el camino y preguntarse: ¿Cómo anda nuestro matrimonio? ¿Está enfrentando la relación algún tipo de agrietamiento que se puede profundizar si no ponemos freno a tiempo?