Migrantes acogidos en Hogar Luisa y Fe y Alegría Panamá compartieron el júbilo del Resucitado.
Por Marianne Colmenárez
La alegría de la Resurrección se hizo viva y concreta en medio de las heridas que produce la migración. Así fue como se vivió la Pascua de este año en dos obras de misericordia de la Iglesia católica en Panamá: el Centro de Acompañamiento Integral a Refugiados y Migrantes Hogar Luisa, en Parque Lefevre, y Fe y Alegría Panamá, en Las Mañanitas.
Ambos centros donde actualmente se acoge a migrantes y refugiados de diversas nacionalidades, incluyendo personas deportadas de Estados Unidos durante la administración Trump, se convirtieron en espacios sagrados, forjados por la fe compartida y el encuentro entre culturas.
Elevaron oraciones por el dolor del desarraigo, la guerra, y por la unidad de las iglesias.
Oración compartida en Hogar Luisa
En esta obra, donde hoy conviven 22 migrantes de distintas partes del mundo, la Pascua se celebró con profundidad espiritual y sentido comunitario.
La hermana Alma Rosa Huerta, misionera scalabrianiana, manifestó que “la celebración de la Pascua junto a todos los migrantes y refugiados de diferentes países fue una experiencia conmovedora y a la vez celebrativa. A pesar de que no todos son católicos, participaron con respeto y alegría”.

“Fue un signo palpable de que, en medio del dolor y la incertidumbre del camino migrante, la fe compartida, el respeto mutuo y la hospitalidad sincera siguen siendo el reflejo del amor de un Dios que no abandona, que camina con su pueblo sufriente y esperanzado”, afirmó.
Durante la Eucaristía, presidida por el padre Oskar Kefi, misionero scalabriniano originario de Indonesia y recién llegado a Panamá, la homilía fue bilingüe, permitiendo que todos comprendieran el mensaje de renovación.
“La comida que compartimos después de misa fue más que un simple alimento; fue un símbolo de comunidad, de que andamos y nos apoyamos en el camino”, afirmó la religiosa.

Para Mabel Rodríguez, voluntaria de la Pastoral de Movilidad Humana, compartir la Eucaristía con los usuarios del Hogar Luisa fue un verdadero encuentro con el Resucitado.
Informó que ya está completo el equipo de sacerdotes y religiosas que la familia scalabriniana ha enviado para fortalecer la labor que realiza esta pastoral.
El padre Quynh Hoang destacó que la celebración representa la esperanza cristiana, uniendo sufrimientos y cruces humanas. “El cirio pascual que encendimos, simboliza la luz que ilumina el camino de los migrantes, quienes buscan una vida digna, aferrándose siempre a Cristo como única esperanza”, dijo.
Entre cantos, danzas y abrazos, los migrantes celebraron unidos la luz que nunca se apaga.
Una Semana Santa intercultural
Mientras tanto, en Fe y Alegría Panamá, donde actualmente residen 47 personas migrantes de 11 países, entre ellos: Eritrea, Etiopía, Afganistán, Somalia, Sri Lanka, Pakistán, Rusia, Camerún, China, Nepal e Irán, la Semana Mayor se vivió como una escuela de espiritualidad intercultural.

Alberto Agrazal, promotor social de la obra, relató que “la Semana Santa fue un tiempo sagrado donde se entrelazaron caminos de fe, historias de migración y una espiritualidad tejida entre las heridas y la esperanza de nuestros pueblos”.
Todo inició con el Domingo de Ramos y el montaje del Altar de Reflexión, espacio ecuménico compartido por católicos, coptos etíopes y eritreos, que se convirtió en el corazón espiritual de la semana.
“El Jueves Santo, al participar en la misa del Lavatorio de los Pies, en la Catedral Basílica Santa María la Antigua, se vivió un gesto profundamente ecuménico cuando monseñor José Domingo Ulloa lavó los pies de un hermano iraní y aceptó lavar las manos de las hermanas de Eritrea y Etiopía, respetando sus tradiciones litúrgicas”, afirmó Agrazal.

El Viernes Santo, la Vigilia de la Cruz se vivió en silencio, al estilo copto, abrazando la cruz como lo haría María. En comunión con su tierra, muchos siguieron desde Panamá la transmisión de la celebración desde la Catedral de los Mártires en Abu Dhabi.
La noche del Sábado Santo culminó con la Vigilia Pascual celebrada en la comunidad de Los Nogales, donde al concluir la liturgia, se compartió una cena fraterna en la que las hermanas eritreas ofrecieron la bendición de los alimentos.
En su tradición, la Pascua se celebra al amanecer, cuando los primeros rayos del sol anuncian la Resurrección y el triunfo de la vida.