,

Portadores de Alegría

Portadores de Alegría

En qué momento y porqué perdimos la urbanidad. No se trata de ser santos, sino de elemental buena educación. La Palabra de Dios nos invita a ser capaces de ser empático con el otro para hacerlo sentir bien.

Roquel Cádenas

Es muy común la anécdota de la persona que lleva años de trabajar en la parroquia y es la mano derecha del sacerdote, pero resulta que es grosera con los feligreses. Un amigo me contó una experiencia personal. Había tenido que viajar al extranjero para asistir a un compromiso de trabajo y quería asistir a la Misa dominical, pero no conocía muy bien el área y no sabía dónde estaba una Iglesia Católica. Cuando llega al área, donde se supone estaba el templo católico, se encuentra con varios templos muy parecidos, uno cerca del otro.

Como no atinó a distinguirlos y no contaba con mucho tiempo, decidió entrar en uno y lo atendieron muy bien en la entrada, había una persona muy amable para recibirlo. Pero al entrar se percató rápidamente que no era un templo católico. Así hizo con dos templos más y vivió la misma experiencia, lo trataron muy bien, pero no era un templo católico. Al fin llegó al templo católico y preguntó si esa era una iglesia católica y alguien con voz áspera que rayaba en la grosería le responde y le dice además que se apure, que está llegando tarde, me dice como en broma. Efectivamente eso me demostró que estaba en un templo católico.

En qué momento y porqué perdimos la urbanidad. No se trata de ser santos, sino de elemental buena educación. Algo que tienen incluso los que no creen en Cristo y en muchos aspectos parecieran que son más amables que los propios católicos.

Busquemos sinceramente comprender los sentimientos y emociones de nuestros hermanos.

El Papa Francisco, en la Audiencia General en la Biblioteca del Palacio Apostólico el 20 de mayo de 2020, nos dice lo siguiente:

Todos somos portadores de alegría. ¿Lo habíais pensado? ¿Qué eres un portador de alegría? ¿O prefieres llevar malas noticias, cosas que entristecen? Todos somos capaces de portar alegría. Esta vida es el regalo que Dios nos ha dado: y es demasiado corta para consumirla en la tristeza, en la amargura. Alabemos a Dios, contentos simplemente de existir. Miremos el universo, miremos sus bellezas y miremos también nuestras cruces y digamos: “Pero, tú existes, tú nos hiciste así, para ti”. Es necesario sentir esa inquietud del corazón que lleva a dar gracias y a alabar a Dios. Somos los hijos del gran Rey, del Creador, capaces de leer su firma en toda la creación; esa creación que hoy nosotros custodiamos, pero en esa creación está la firma de Dios que lo hizo por amor. Qué el Señor haga que lo entendamos cada vez más profundamente y nos lleve a decir “gracias”: y ese “gracias” es una hermosa oración.”

La Palabra de Dios no solo nos invita a ser amables, sino algo más allá debemos ser capaces de ser empático con el otro para hacerlo sentir bien. Dejar de pensar en cómo me siento y pensar un poco más en el otro.

“Hagan como yo, que me esfuerzo por complacer a todos en todas las cosas, no buscando mi interés personal, sino el del mayor número, para que puedan salvarse”, 1Corintios 10, 33.

Si queremos vivir la fe, debemos buscar sinceramente comprender los sentimientos y emociones que siente el hermano, intentando experimentar o al menos entenderlo.

Creo que la próxima vez que nos topemos con alguien recordemos las palabras de Pablo:

Si la exhortación en nombre de Cristo tiene algún valor, si algo vale el consuelo que brota del amor o la comunión en el Espíritu, o la ternura y la compasión, les ruego que hagan perfecta mi alegría, permaneciendo bien unidos. Tengan un mismo amor, un mismo corazón, un mismo pensamiento. No hagan nada por espíritu de discordia o de vanidad, y que la humildad los lleve a estimar a los otros como superiores a ustedes mismos. Que cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás. Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús”, Filipenses 2, 1-5.