Existen reglas de oro que siempre deben tenerse en cuenta si se trata de luchar por un matrimonio feliz y una relación sana con nuestro cónyuge.
Redacción
En el matrimonio pueden crearse trampas disfrazadas de silencio que apartan a la pareja y crean abismos en su comunicación. Tal es el caso de una televisión prendida permanentemente; la puerta de la habitación conyugal que nunca se cierra para los niños; una agenda repleta de actividades sociales y profesionales.
Pero además existen reglas de oro que siempre deben tenerse en cuenta si se trata de luchar por un matrimonio feliz y una relación sana con nuestro cónyuge. He aquí algunas:
No dejarse vencer por la ira. Tener la fortaleza y dominio para controlar la ira que sentimos cuando estamos discutiendo.
Nunca gritarse. Moderación, educación y respeto ante todo. El grito es una agresión, independiente de lo que se diga.
Pedir disculpas y admitir los errores. Para muchos, el pedir disculpas equivale a una humillación, pero es grande el que reconoce que es un ser humano con debilidades y defectos y que lucha cada día por superarse.
Siempre tenemos que buscar lo mejor para la persona que amamos, aunque a veces sea necesario exigirle.
Señalar las faltas con amor. Si resulta doloroso aceptar los propios defectos, más difícil es que nos los señalen. Es por eso que debemos ser delicados y compresivos para criticar o decir algo negativo al otro.
No dar cabida al descuido o apatía. En el amor debe existir una sana exigencia. Siempre tenemos que buscar lo mejor para la persona que amamos, aunque a veces sea necesario exigirle. Cuando no amamos, nos da igual si la persona se supera o no.
No dejar un problema sin resolver. Humildad para hablar, para aceptar la culpa que nos corresponde en cada desacuerdo. Olvidar los resentimientos y rencores, confiar en la pareja y prepararse para el perdón.
Todos los días decirle algo cariñoso a su cónyuge. Cuidar los detalles, los mismos que a veces se pierden con los años. Si ellos faltan, el matrimonio comienza a vivir según las circunstancias y no por el amor.
Orar juntos, involucrar a Dios en su relación. Participar de la celebración de la Santa Misa juntos y en familia, orar todos los días el uno por el otro, cultivar su vida sacramental (confesión y comunión frecuente), leer juntos la palabra de Dios. Esperamos que estas sencillas reglas te ayuden a ser más feliz en tu matrimonio y a vivir plenamente tu unión con la persona que más amas.
Mucho cuidado con los familiares y amigos

Los familiares que forman el grupo más íntimo y aún los que son muy amigos tienen prohibido entrar al templo donde viven los esposos: el matrimonio es privativo de Dios, los esposos y nadie más.
Los comentarios de familiares y amigos serán siempre para apoyar la unión del matrimonio, comentarios que unan más a esos esposos, pero jamás para presionar a uno de ellos. El matrimonio debe ser agradable para los esposos y no para familiares o amigos.
El matrimonio tiene reglas, conductas, para arreglar sus diferencias que sólo los esposos conocen. La intimidad matrimonial, a que solo Dios y los esposos tienen acceso, no acepta más que sus propias reglas y nadie puede intentar siquiera modificarlas y mucho menos, participar de esa intimidad.
Ningún familiar puede ser tan ingenuo o mal intencionado para pretender llegar a la intimidad de un matrimonio y mucho menos cambiar su norma de conducta.